Artículos de Opinión

¿Acaso un mundo diferente, después de reunirse Kim y Trump?

Un encuentro inimaginable hasta hace unos meses, entre enemigos tradicionales que se amenazaban, con años de hostilidad recíproca, y que arriesgaban en cualquier instante una nueva guerra, de impredecibles consecuencias.

Las opiniones han sido muchas, una vez que vimos a Kim Jong-un y Donald Trump saludarse en Malasia y sostener una reunión más bien breve, pero significativa. Hay quienes sostienen que se inicia una nueva era internacional no vista anteriormente. Otros, en cambio, afirman que asistimos a un nuevo engaño de Corea del Norte a Estados Unidos. Imposible saber quien tiene razón, porque nada se puede afirmar con certeza y sólo el tiempo lo dirá. Intentar adivinar es imposible, por lo que sólo debemos quedarnos con lo ocurrido, que sin ser mucho, tampoco es intrascendente.
En consecuencia los análisis, por más que pretenden desentrañar y proyectar lo acontecido, adolecen de su base esencial, que es el conocimiento preciso de lo acordado, antes y durante la reunión misma. Sólo hay especulaciones y éstas carecen de la información confiable requerida. Como es lógico, ella es y será bajo reserva. El comunicado conjunto de ambas autoridades, consigna sólo algunos puntos y sólo generalidades convenidas, centrados en el inicio de una nueva etapa, todavía imprecisa y condicionada a una evolución incierta.
Tal vez en la reunión que nos referimos, buscamos lo que no hay, acostumbrados a que toda reunión de altos dirigentes mundiales, son preparadas con gran detalle, siempre basadas en  pormenorizados preparativos de todo tipo, históricos, políticos, psicológicos y tantos más; como el estudio acabado de las posibles posiciones de cada parte, y sobre todo, en poder anticipar los objetivos buscados, tanto aparentes como reales. Es decir, en la cuidadosa preparación de toda negociación de alto nivel, en que se busca determinar la metodología y sistema aplicable, para que no fracase y ambos queden en ridículo o frustrados, y peor de lo que estaban. Es lo acostumbrado y por cierto partimos de la base de que en la reunión de Kim y Trump, estas consideraciones debieron estar presentes más que en cualquier otra.
Sería indispensable, si consideramos que el historial entre Corea del Norte y Estados Unidos ha sido extremadamente accidentado. Una guerra técnicamente no concluida, sólo detenida por un precario armisticio entre ambas Coreas, luego de una lucha de tres años, sin vencedores ni vencidos y que concluyó en el mismo paralelo 38 que la del Norte traspasó, empujada por el verdadero impulsor que fue la China de Mao. Hoy permanecen separadas por una de las fronteras más militarizadas del mundo, prácticamente infranqueable. La del Norte, con su población sometida a una dinastía política divinizada y hereditaria, por setenta años, que no muestra signo alguno de cambiar. Sin desarrollo y con hambrunas intermitentes, y sin embargo ahora dotada de armas nucleares trasportables por misiles que hasta hace poco ensayaban en mares contiguos o sobre Japón, y amenazaban a la Isla Norteamericana de Guam. Manteniendo uno de los ejércitos más disciplinados y numerosos del planeta.
En contraste, la del Sur, altamente tecnificada y desarrollada económicamente, bajo el alero protector de Estados Unidos, pero todavía un blanco fácil para la del Norte, incluso en una guerra convencional. Un país democrático y uno de los lugares más estratégicos por su entorno y las cercanías de China y Rusia, que a su vez son limítrofes de Corea del Norte.
Situación que no podía continuar, pese a las sanciones de Naciones Unidas a Corea del Norte, donde los insultos y los desplantes de lado y lado, alejaban una solución pacífica. Ello ha sido trastocado por la inesperada reunión de los máximos rivales, Kim y Trump, que ha tenido lugar contra  todo pronóstico. Hay que destacar el papel trascendente del Presidente de Corea del Sur, que ha facilitado el encuentro y que, ciertamente, es uno de sus beneficiarios más directos.
Pero volvamos a interrogarnos si ha sido un cambio sustantivo para el mundo o bien un episodio más, anecdótico, pero irrelevante.
Creo que ha sido lo que ha sido, ni más ni menos, y no podríamos exigir más por el momento. Un encuentro inimaginable hasta hace unos meses, entre enemigos tradicionales que se amenazaban, con años de hostilidad recíproca, y que arriesgaban en cualquier instante una nueva guerra, de impredecibles consecuencias. No ido más allá que un encuentro de altísimo impacto mediático, y que podrá servir para construir algo más sólido, si se cumplen sus numerosas condicionantes y perspectivas, todavía insinuadas, aunque no definidas en detalle. Posiblemente es lo que ahora importa más, lo noticioso momentáneo por sobre lo trascendente y duradero. Tal vez ese fue el objetivo buscado. Han quedado acordadas, sólo ideas generales y propósitos mutuamente concatenados, como el desarme nuclear de Kim, y la disminución o el término de la presencia norteamericana en Corea del Sur, por Trump. Son los ejes más resaltantes y representan evidentes ahorros para los dos. Corea del Norte ya no está en condiciones de seguir financiándolo, y Estados Unidos no desea continuar tales gastos, ganando en prestigio y osadía. Las demás concesiones recíprocas vendrán después, y podrán materializarse, paulatinamente, unas relacionadas con las otras, hacia una normalización en la coexistencia, con el que hasta ayer, era un paria internacional, peligroso y descontrolado.
No tenemos porqué pedir lo no buscado por sus actores, por ahora. Es suficiente y positivo, aunque hubiere participado Trump, lo que sus detractores no le perdonan y arrecian en sus críticas exigiendo triunfos más demostrables. En síntesis, ha ocurrido un hecho trascendente e inesperado, con proyecciones que todavía están por materializarse cuidadosamente. No mucho más por ahora, pero es bastante. (Santiago, 18 junio 2018)

 

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