Artículos de Opinión

La inutilidad del (in) útil o escribir mal.

La libertad para hacer las cosas a su gusto y obtener resultados bajo esos parámetros nos demuestra la efectividad de que ciertos conocimientos presuntamente desechables se trastocan en conocimientos útiles y prácticos.

1.- INTRODUCCIÓN

Puede resultar paradójico pensar que los haberes humanísticos y en general, todos los haberes del hombre no generan siempre beneficios. En efecto, la reflexión de la noción de utilidad de dichos haberes va asociada a un valor esencial del cual la finalidad utilitarista es el motivo último de su propia existencia.

Por un lado, existen bienes que son fines por sí mismos y que obedecen a un rol fundamental consistente en el desarrollo espiritual y cultural del ser humano. Un mejorar la humanidad.

Pero existen otros haberes que son independientes de la capacidad de producir ganancia o utilidad, es el caso del legado arqueológico o la existencia de museos que denotan la historia y el sello de culturas pretéritas del hombre en los distintos continentes.  No debemos olvidar, que Italia posee, dada la bastedad de su extinto Imperio, casi el 80% de las reliquias arqueológicas de la humanidad según señala la Unesco.

La duda surge cuando se tiene la pretensión-como osadamente la tenemos nosotros- de quedar sometido a la hegemonía del mercado, permitiendo la mutación a los hombres en mera mercancía o dinero, puesto que la mecánica económica que ha producido dicho engendro, en un tiempo no muy lejano  llegará a negar a futuras generaciones toda opción de esperanza.

Flaubert en su “Diccionario de lugares comunes” define a la obra poética, al señalar a la poesía como “completamente inútil: está pasada de moda”.  Lo que hago a continuación refleja el fenómeno de enajenación aparejado a que ciertos temas sean considerados inútiles; que la lógica del beneficio en materia de enseñanza, investigación y cultura sean cada vez menos necesarios y que, valores como la dignidad humana, el amor y la verdad resulten cada vez más ajeno al concepto que tenemos de lo útil para el ser humano.

Que desde la perspectiva de las lenguas del pasado, el campo de las disciplinas estudiadas en instituciones superiores de educación universitarias no se enseña dicho tipo de lenguajes.  En efecto, John Locke, filosofo británico expresó: “Quizá no haya nada más ridículo que ver a un padre gastar su dinero, y el tiempo de su hijo, para hacerle aprender la lengua de los romanos cuando le destina al comercio o a una profesión en la que no se hace ningún uso de latín; no puede dejar de olvidar lo poco que ha aprendido en el colegio, y que nueve veces, de diez, le inspiró repugnancia a causa de los malos ratos que le ha valido este estudio”.

En un mismo sentido Antonio Gramsci, señaló en la década del treinta del siglo pasado, en páginas de su obra “Cuadernos de la Cárcel”: “En la vieja escuela el estudio gramatical de las lenguas latina y griega, unido al estudio de las literaturas e historias políticas respectivas, era un principio educativo en la medida en que el ideal humanista, que se encarnaba en Atenas y Roma, estaba difundido en toda la sociedad, era un elemento esencial de la vida y la cultura nacional. […] Las nociones aisladas no eran asimiladas para un fin inmediato práctico-profesional: el aprendizaje parecía desinteresado, porque el interés era el desarrollo interior de la personalidad. […] No se aprendía el latín y el griego para hablarlos, para trabajar como camareros, como intérpretes, como agentes comerciales.  Se aprendía para conocer directamente la civilización de ambos pueblos, presupuesto necesario de la civilización moderna, o sea, para ser uno mismo y conocerse a uno mismo conscientemente”.

De este modo, la defensa de las lenguas clásicas se encuentra radicada en grupos minoritarios de profesores e intelectuales, pero que nada impide el declive en las inquietudes tanto en su enseñanza como en cultivarlas como una disciplina habitual.

Quien fue preclaro al respecto es Julien Gracq[1], dado que denunció en el año 2000 en un artículo publicado en “Le Monde des Livres”, la progresiva imposición del inglés en detrimento de las lenguas consideradas inútiles como el latín: “Además de su lengua materna, en el pasado los escolares aprendían una sola lengua, el latín: no tanto una lengua muerta como el stimulus artístico incomparable de una lengua enteramente filtrada por la literatura.  Hoy aprenden inglés, y lo aprenden como un esperanto que ha triunfado, es decir, como el camino más corto y más cómodo para la comunicación trivial: como un abrelatas, un passe-partout universal.  Se trata de una gran diferencia que no puede dejar de tener consecuencias: hace pensar en la puerta inventada tiempo atrás por Duchamp, que sólo abría una habitación cerrando otra”.

La desaparición programada de los clásicos y entre ellos los de la literatura jurídica clásica ya no ocupa ningún lugar en las Escuelas de Derecho de las distintas universidades del mundo.  Lo más lamentable es que desoir o no escuchar la voz de la humanidad aun antes de que, con el tiempo, la vida misma les enseñase a comprender mejor la importancia de los libros que nos han nutrido.  Es por esta razón que George Steiner ha dicho “que una mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente un pecado.  Una manera de enseñar mediocre, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción, que conscientemente o no, sea cínico en su metas meramente utilitarias, son destructivo el encuentro auténtico entre maestro y alumno no puede prescindir de la pasión y el amor por el conocimiento” (Nuccio Ordine)[2].

 2.-          Escribir mal

Mi oficio de escribir no tiene nada que ver con el valor de lo que escribo.  Sé que escribir es mi oficio, de manera que al ponerme a escribir utilizo instrumento que me son conocido y familiares, además, cuando escribo, no pienso nunca que pueda existir una forma mejor de la cual se auxilian otros escritores.  Al intentar escribir un ensayo de crítica o un artículo para un periódico, lo hago primariamente bastante mal.  Lo que escribo en definitiva tengo que buscarlo con mucho esfuerzo fuera de mí.  Siempre tengo la impresión de engañar al prójimo con palabras que tomo prestada o que robo de aquí y allá.  Mi oficio es escribir ideas, cosas novedosas, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero en cualquier caso historias, cosas en que no tiene nada que ver la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía, este es mi oficio natural, y así lo haré hasta el día que muera.

En otras palabras existen factores, situaciones y personalidades que van a influenciar los distintos elementos que integran un texto.  Dicho texto, el cual lleva aparejado un contenido que perfectamente puede estimarse como la opinión o la sugerencia del autor, no siempre en el género del ensayo está directamente relacionado con la temática en estudio, sino que puede obedecer a factores de diversa índole que tienden a convertir el referido relato en hipótesis o ideas nuevas o ajenas que se desarrollan en ese raconto.

La idea de escribir lleva siempre aparejada una necesidad de escribir la cual se asocia con la importancia de expresarse.  Expresarse es transmitir al resto las opiniones, las ideas, las críticas y sobre todo las opciones que existen tendientes a generar una posición frente a una determinada materia.

La noción de que yo escribo para mí, no para los otros también resulta válida, en cuanto ella tiene de manera implícita la visión de que el acto de escribir implica demostrarse frente al resto del mundo.

Ilustrativo es lo que precisa Lionel Trilling, cuando expresa: “Quizás ningún otro libro haya tenido efectos tan decisivos sobre la literatura moderna como el de Frazer.  Realmente fue maravilloso para mis objetivos que el libro fuera publicado diez años antes que comenzara el siglo XX.  Sin embargo, cuarenta y tres años más tarde, en 1933, Frazer dio una conferencia muy elocuente, en la que invitaba al mundo a no perder  las esperanzas ante la amenaza que el poder nazi constituía para la mente humana.  En 1941, Frazer todavía vivía.  Sin embargo, había nacido en 1854, tres años antes que Matthew Arnold diera su conferencia “Sobre el elemento moderno en la literatura”.  Aquí estaba, desde luego, la historia, el pasado que quería, conectado de manera estupenda con nuestro presente.  Frazer fue un hombre que perteneció cabalmente al siglo XIX, y tanto más porque tenía una gran afinidad con el siglo XVIII, congeniaba con su espíritu.  No hay que olvidar que el tema de la conferencia de 1933, en la que predice la derrota nazi, era Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, de Condorcet; ni tampoco que en su tiempo privado, cuando sus estudios de antropología se lo permitían, preparó ediciones de los ensayos de Addison y de las cartas de Cowper.  Actuaba conforme a la antigua y perdida creencia en las virtudes y poderes de la racionalidad.  Amaba el orden, el decoro y el sentido común, y contaba con ellos.  Este gran historiador de la imaginación primitiva formó parte de la tradición intelectual dominante en Occidente que, desde la época de los presocráticos, condenaba los modos de pensar que llamamos primitivos”[3]

3.-           Los clásicos.

Que la opinión de lo clásico es asociada a que al leer por primera vez un libro o un documento escrito en la edad madura resulta un placer extraordinario. Diferente al hecho de haberlo leído en la juventud, puesto que el sello aparejado implica un sabor particular, dado que la madurez permite apreciar  los detalles, los niveles en el análisis del texto y que significados lleva implícito el objeto leído.

Al releer en edad mayor, encontramos constantes que se reconocen en mecanismos o creencias internas y sobre su origen nos permite rememorar.  “Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente.  La definición que podemos dar será entonces: los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea porque se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual” (Ítalo Calvino)[4] .

Por ejemplo, si leo la Odisea leo un texto de Homero, pero no olvido el relato de las aventuras de Ulises y su significado en el curso de los siglos.  No abandono la idea si esos significados están implícitos en el texto o son meras incrustaciones o vericuetos del contenido histórico de las aventuras homéricas.  En un mismo sentido, la lectura de Kafka no puedo dilucidar la legitimidad del adjetivo “kafkiano” usado cotidianamente para referirse a lo intrincado, a lo indeciso o sencillamente, a lo inexplicable.

Leer a los clásicos normalmente nos depara sorpresas, puesto que los valores explícitos e implícitos de su contenido conllevan que el texto tienen un algo que decir y que, además, es una obra que suscita discursos críticos que son superados por la enseñanza y por su condición de inéditos (inesperados).

Calvino señala en relación a los clásicos: “Con esa definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé.  Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis.  Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo de discutir con él.  Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por lo tanto: Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contrate con él”[5].

Si bien el leer los clásicos parece estar en contradicción con el mundo moderno y con nuestros quehaceres cotidianos, no podemos desechar de plano el culto de la Antigüedad griega y latina, ni toda la literatura italiana, francesa y en general,  las novedades editoriales puesto que la educación constituye el cultivar esas viejas costumbres.  La única razón susceptible de expresar es que leer los clásicos es mucho mejor que no leer a los clásicos.

Para terminar este tópico, vuelvo a reporduir a Ítalo Calvino quién escribió: “Y si alguien objeta que no vale la pena tanto esfuerzo, citaré a Cioran (que no es un clásico, al menos de momento, sino un pensador contemporáneo que sólo ahora se empieza a traducir en Italia): Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. ¿De qué te va a servir?, le preguntaron. Para saberla antes de morir”[6].

4.-           La utilidad de lo inútil.

Es a partir de los comentarios de Abraham Flexner sobre “La utilidad de los conocimientos inútiles”[7], que en nuestra sociedad materialista donde el mercado es el soberano que rige el destino de muchas de las costumbres y vivencias de nuestros contemporáneos, que el reconocimiento o mejor dicho la curiosidad de que ciertos fenómenos o circunstancias que calificamos de inútiles, a lo menos pueden contener características que parecen destacadas en el pensamiento moderno.

La clave de lo anterior se sustenta en la opción de liberal lo que conocemos como espíritu humano.  En efecto, se trata de dar libertad a excéntricos, los cuales actualmente se les conoce como emprendedores a fin de que el prodigio de la mente humana derroche aquellos efectos que permitan conocer.

Argumentó en su momento (1939) Flexner, en el sentido que el enemigo real del género humano es el pensador audaz e irresponsable, tenga o no tenga razón.  El enemigo real es quien trata de moldear el espíritu humano de manera que no se atreva a desplegar sus alas como estas se desplegaron en otro tiempo en Italia y Alemania.  Y agrega el citado autor: “Fue la idea que animó a Humboldt cuando, en el momento de la conquista de Alemania por Napoleón, concibió y fundó la Universidad de Berlín.  Es la idea que animó al presidente Gilman en la creación de la Universidad Johns Hopkins, el modelo según el cual todas las universidades de este país han intentado en mayor o menor medida reconstruirse”.

Es tan cierto lo aseverado precedentemente que el Institute for Advanced Study está en deuda con Hitler por Einstein, Weyl y Neumann en matemáticas; por Herzfeld y Panofsky en el campo de los estudios humanísticos, y por una multitud de investigadores más jóvenes que durante los pasados seis años han trabajado con este grupo distinguido y están acrecentando ya la fuerza de los estudios estadounidenses en cada rincón del país, señalo Nuccio Ordine.

No resulta extraño que las Universidades de Harvard, de Princeton y de Berlín han logrado acumular un sinnúmero de criterios científicos en base a la máxima de la utilidad de lo inútil, incluso se ha producido la convicción de que la comunidad que compone los institutos y departamentos de estas casas de estudio han progresado en base a que el desarrollo y progreso de la ciencia se hace en base a tiempo libre, seguridad, libertad frente a la organización y la rutina y, finalmente, contactos informales con los estudiosos de la universidad.  Entre los casos paradigmáticos están: “Niels Bohr ha llegado de Copenhague, von Laue de Berlín, Levi Civita de Roma.  André Weil de Estrasburgo, Dirac y G. H. Hardy de Cambridge, Pauli de Zúrich, Lemaitre de Lovaina, Wade-Gery de Oxford, y estadounidense de Harvard, Yale, Columbia, Cornell, Johns Hopkins, Chicago, California, y otros centros de cultura y ciencia”[8].

El indagar en la libre búsqueda de conocimientos inútiles demuestra tener consecuencias en el futuro como las ha tenido de manea pretérita.  La libertad para hacer las cosas a su gusto y obtener resultados bajo esos parámetros nos demuestra la efectividad de que ciertos conocimientos presuntamente desechables se trastocan en conocimientos útiles y prácticos.

5.-           Conocer[9].

El conocer siempre debe ser siempre objetivo.  Como todo proyecto o hipótesis, implica una respuesta a un fenómeno social utilizando un camino explicativo para proceder a tomar partido en la determinación.

Una reflexión habitual es saber si otra persona tiene conocimiento de un dominio dado, en la operación de descubrir si una acción o conducta adecuada de una persona fue hecha con el dominio de esa conducta o acción.

En términos generales, el observador (sujeto conocido) concede conocimiento a otro observador (sujeto conocedor) en un dominio particular, cuando él acepta como  adecuada o efectiva la conducta o acción de esa persona en dicho dominio.  En otras palabras, conocimiento es la conducta aceptada como adecuada por un observador en un dominio particular que él especifica.

El resultado de la anterior operación, necesariamente implica que hay tantos dominios cognitivos diferentes como criterios diversos que el observador puede usar para aceptar una conducta como adecuada.  Los seres humanos vivimos en comunidades cognitivas, cada una definida por el criterio de aceptación de lo que constituye las acciones o conductas adecuadas de sus miembros.  Como tales, los dominios cognitivos son dominios consensuales en la praxis del vivir de los observadores. Debido a esto, ser miembro en cualquier comunidad humana es operacional: quien sea que satisfaga el criterio de aceptación para ser miembro de una comunidad particular, es un miembro de ella.

La sinceridad es una característica del juicio de un observador, el cual reflexiona sobre el curso de las acciones de otro ser humano en un dominio particular de expectativas.  Como una consecuencia de su manera de constitución, los dominios cognitivos son dominios operacionales cerrados: un observador no puede salir de un dominio cognitivo operando en él.  Similarmente, un observador no puede observar un dominio cognitivo operando en él.  Un observador puede salir de un dominio cognitivo, y observarlo sólo a través de la consensualidad recursiva del lenguaje, especificando, consensualmente, otro dominio cognitivo en el cual el primero es un objeto de distinciones consensuales.

Nosotros como observadores podemos vivir tantos dominios racionales como dominios cognitivos.  Sin embargo, nos movemos emocionalmente de un dominio racional a otro, no racionalmente.  Esto es así, porque un cambio en el dominio racional consiste en la adopción de un set diferente de premisas básicas de aquel que define el dominio racional en el cual uno está operando en el momento de cambiar, y esto constitutivamente ocurre como un cambio en nuestras disposiciones para las acciones como un hecho de nuestro percibir.  Nosotros usualmente no vemos esto en la vida diaria, porque operamos mayormente en ella en el camino explicativo de la objetividad sin paréntesis, y, como una consecuencia, somos usualmente ciegos a la percepción afectada por otros elementos.

Cuando operamos en la vía explicativa, la razón es vivida como una propiedad constitutiva del observador que le permite a él o ella escoger racionalmente las premisas básicas que definen un sistema racional particularizado. Debido a esto, nosotros argumentamos usualmente en un desacuerdo cognitivo sostenido que nuestra posición se basa racionalmente en alguna verdad objetiva, racionalmente innegable.  Es sólo cuando tomamos conciencia de la visión del observador, y  operamos en el camino explicativo de la objetividad, que nos hacemos cargo de que cada sistema racional en el cual operamos se basa en premisas adoptadas a través de nuestros sentidos.  Y es sólo en este camino explicativo que nosotros podemos estar conscientes de que vivimos nuestros sistemas racionales como manera de existencia.

Esto se manifiesta en la vida diaria cuando reflexionamos sobre las acciones emocionales fuertes que frecuentemente surgen en nosotros cuando no estamos de acuerdo en los campos de la religión, la ciencia, la política o la filosofía.  Las religiones, teorías  científicas, doctrinas políticas y filosofía, son dominios cognitivos peculiares en los que podemos estar fácilmente conscientes que los vivimos como manera de ser que todo lo abarcan, y abiertamente vivimos los desacuerdos con respecto a ellos como amenazas intolerables para nuestra existencia.

Sin embargo, como dominios cognitivos no son especiales, pero nos permiten ver el fundamento percibimos de los dominios cognitivos como una característica de nuestra operación en la vida diaria.  En otras palabras, los trastornos emocionales que pueden primar para la destrucción mutua de los participantes en un desacuerdo cognitivo, no depende del contenido racional de sus respectivas posturas, sino que son una consecuencia necesaria de su operación en el camino explicativo de la objetividad sin paréntesis.  Los desacuerdos en el camino explicativo constitutivamente involucran la negación mutua, y son amenazas de índole existencial.

En este orden de materias seguimos la visión de Maturana[10] en el campo de la epistemología genética, la cual se caracteriza por establecer a partir de bases biológicas del conocimiento, un avance hacia la comprensión del fenómeno del conocer desde la perspectiva del operar biológico de todo ser vivo, para lo cual se fijó el principio fundamental de que “los seres vivos sólo pueden hacer lo que biológicamente les está permitido”.  La afirmación de Maturana tiene la trascendencia del principio de la “razón suficiente” postulado por  Liebniz, que afirma que “nada es sin razón”, como también por lo postulado en su momento por  Hayek de que  “no existe el conocimiento perfecto”.

En resumen, para Maturana[11], “conocer es acción efectiva” y es “efectivamente operacional en el dominio de existencia del ser vivo”.  De ello, necesariamente, concluye: “todo hacer es conocer y todo conocer es hacer”.  El sistema conceptual del conocer descansa en tres conceptos fundamentales: unidad, organización y estructura.  Unidad es el resultado de una operación de distinción que la especifica; organización es la configuración de relaciones entre componentes que la definen como una unidad de cierta clase y la estructura son los componentes y relaciones que concretamente constituyen una unidad particular realizando su organización.

El fenómeno del conocer se asocia con el lenguaje y el conocimiento o conciencia de una cosa particularizada.  El ser humano en el lenguaje se manifiesta como persona consciente con identidades particulares. No es el lenguaje un personaje menor a través del cual la conciencia se expresa y exterioriza, sino como un protagonista principal que conduce hacia la comprensión radical de manera diferente de la existencia humana, de forma tal que el acto de conocer dentro de la esfera de la motivación de la sentencia, en particular, el conocer los hechos o lo que se denomina la “hipótesis del caso”, debe estar relacionada y mediatizada por las formas del conocer expuestas.

6.-           Lo inútil

Eugene Ionesco dedica reflexiones extraordinarias a aquella humanidad que ha perdido el sentido y la orientación de la vida.  En el año 1961 en una Conferencia dictada en presencia de otros escritores, este dramaturgo afirma que es insustituible la inutilidad, expresando: “Mirad las personas que corren afanosas por  las calles.  No miran ni a derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros.  Se lanzan hacia adelante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano.  En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo.  El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante.  Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte.  Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio”[12].

La utilidad de inútil no parece comprenderse, a menos que estemos en el campo del arte o el de la locura.  Ya en su época Ítalo Calvino expresó que el empeño que los hombres ponen en actividades que parecen absolutamente gratuitas, sin otro fin que el entretenimiento o la satisfacción de resolver un problema difícil, resulta ser esencial en un ámbito que nadie había previsto, con consecuencias de largo alcance.  Calvino reafirma que los clásicos mismos no se leen porque deban servir para algo: se leen tan sólo por el gusto de leerlos, por el deseo de conocer y conocernos.

En un mismo sentido razonaba Emil Cioran, en su obra “Breviario de podredumbre” cuando hablaba que toda forma de elevación presupone lo inútil, un modelo al que nadie haga caso, donde los haberes humanísticos y la investigación científica sin utilidad es considerada inútil, sin embargo, es aquella la que alimenta la esperanza de transformar su inutilidad en un utilísimo instrumento de oposición a la barbarie del presente y que impide el olvido.

En el campo profundo de la filosofía Martín Heidegger proclama en algunos pasajes de “Ser y tiempo” que la utilidad de lo inútil resulta relevante.  Más aún, llega a expresar “lo más útil es lo inútil”.  Pero experimentar lo inútil es lo más difícil para el ser humano actual.  En ello se entiende lo útil como lo usable prácticamente, inmediatamente para fines técnicos, para lo que consigue algún efecto con el cual pueda hacer negocios y  producir.  Uno debe ver lo útil en el sentido de lo curativo (Heilsamen), esto es, lo que lleva al ser humano a sí mismo.

Heidegger, el filósofo alemán, buscaba liberar la noción de utilidad de la sola finalidad técnica y comercial.

En la actualidad, resulta difícil encontrar alguna cosa que no implique un uso práctico o inmediato para calificar como inútil todo aquello que no devela inmediatez y un quehacer.

Al terminar estas reflexiones no puedo dejar de recurrir a lo expresado por Chimamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana, quien dice: “Lo curioso es que en la concepción china del tiempo no existen ni la noción de historia ni la de filosofía.  Esto es así, no en virtud de ningún déficit, sino porque son inadecuadas a su concepción misma del universo y de los acontecimientos que tienen lugar en él, así como de las posibilidades humanas de comprenderlo.

Si algo caracteriza al pensamiento chino es, precisamente, su capacidad para elaborar nociones muy sutiles y complejas a partir de historias muy concretas y aparentemente muy simples.  No hay otra manera de acceder con seriedad al pensamiento chino que escuchar una historia tras otra, sin que ninguna de ellas parezca contener el núcleo esencial de la teoría”[13].

Más aún, David Trueba afirma: “El fomento del egoísmo y del fundamentalismo individualista puede llegar a límites perversos.  Se ignora el deseo de las personas de darse a alguien, de compartir, de tener un trabajo que no les hará ricos pero les acercará a la plenitud, todo eso es vetado por la reclamación errada de que la gran consolidación de tus derechos es que nadie te importune, es alcanzar el triunfo y padecer el aislamiento que trae como consecuencia.  Es contradictorio que algunas normas de vida contemporánea nieguen incluso las necesidades  sentimentales.  El amor no desaparece porque no nos convenga, sino porque nos expone a los deseos de otro, pero esa es la base del amor, encontrar una complicidad.  Quien pretende evitarnos los disgustos de la vida nos está robando también los gustos. Un futuro perfecto es un futuro aterrador”[14].

Por último, en esta fase explicativa de las conclusiones Umberto Eco nos ilustró con lo siguiente: “El nombre de la rosa” (su novela más famosa) comienza contando cómo el autor dio un antiguo texto medieval.  Se trata de un caso flagrante de ironía intertextual, ya que el topos (es decir, el lugar común literario) del manuscrito descubierto tiene un venerable pedigrí.  “La ironía es doble, y es también una sugerencia metanarrativa, pues el texto explica que la existencia del manuscrito se debe a una traducción del original del siglo XIX, una observación que justifica algunos elementos de la novela neogótica presentes en el relato.  El lector común o ingenuo no puede disfrutar la narrativa que sigue, a menos que sea consciente de ese juego de cajas chinas, de esa regresión  de fuentes, que confiere al relato un aura de ambigüedad.”[15]-[16]  

Que la conclusión a que arribamos después de estas largas elucubraciones es que si bien los filósofos de la Ilustración dieron a la luz la idea de una sociedad perfectible  – un  Cielo  en  la tierra más que en el más allá-. Esta fue adoptada con entusiasmo por los revolucionarios franceses  Saint-Just, uno de los más fanáticos, comento memorablemente que la idea de felicidad es nueva en Europa- antes de convertirse en la nueva religión política del siglo XIX.  Introducida hasta el corazón del mundo poscolonial en el siglo XX, se convirtió en fe en la modernización desde arriba.[17]  En efecto, la noción que nos queda presente de la utilidad de lo inútil radica específicamente, en un razonar negativo, puesto que si entendemos por útil todo aquello de uso inmediato y práctico, no es posible desechar a priori todo lo demás, que muchas veces denota mayor utilidad incluso de lo inútil en una percepción inmediata y poco racional. (Santiago, 23 abril 2019)

 

 


[1] Julien Gracq, Leyendo escribiendo, Ediciones y Talleres de Escritura creativa fuente taja, España, 1980.-

[2] Nuncio Ordine, La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Ed. Acantilado, Barcelona, Vigésima reimpresión, 2018, p.99.

[3] Lionel Trilling, El derecho a escribir mal. Ensayos literarios, Ed. Tres puntos, Madrid, 2018, Primera Edición, p. 231.

[4] Ítalo Calvino, Por qué leer los clásicos, Ed. Siruela, España, 2015, pp. 14-15.

[5] Ítalo Calvino, op.cit.

[6] Ítalo Calvino, op.cit.

[7] Abraham Flexner, “The Usefulness of Useless Knowledge, Harper´s Magazine, octubre de 1939, pp.544-552.

[8] Nuccio Ordine, op.cit., p.172.-

[9] John Rawl. A Theory of justice, Cambridge, Massachussets, The Belknap Press of Harvard University Press, 1971.

[10] Maturana, Humberto, La objetividad, Dolmen Ediciones, 1997, Stgo., Chile, 1987, p.75

[11] Maturana, Humberto, ibídem, pág. 141.

[12] Nuccio Ordine, op.cit.,p.74

[13] Chimamanda Ngozi Adichie, El peligro de la historia única, Ed. Literatura Random House, 2018, Barcelona, pp.45 – 46

[14] David Trueba, La tiranía sin tiranos, Ed. Nuevos Cuadernos Anagrama, Barcelona, 2018, p. 84.

[15] Umberto Eco, Confesiones de un joven novelista, Ed. Debolsillo, Barcelona, 2000, p. 38

[16] Umberto Eco, Il Fascismo Eterno, Ed. La nave di Teseo, Milano, 2017, p.27

[17] Marina Garcés, Nueva Ilustración radical, Ed. Anagrama, España, 2017, p. 35

 

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