Artículos de Opinión

Nueva Constitución y Democracia Intergeneracional.

Frente al debate constituyente en el que nos encontramos hoy, pareciera que una tentación muy grande es la de proponer cambiar la Constitución por un texto absoluta y diametralmente nuevo, totalmente distinto.

Frente al debate constituyente en el que nos encontramos hoy, pareciera que una tentación muy grande es la de proponer cambiar la Constitución por un texto absoluta y diametralmente nuevo, totalmente distinto, que reniegue del pasado y de los logros ya conquistados por los nunca bien ponderados consensos democráticos. Que la nueva Constitución contenga aquellas concepciones actuales que acepte una mayoría contingente, concepciones propias de la segunda década del Siglo XXI, de modo de separarnos para siempre del modelo impuesto por una dictadura autoritaria y neoliberal. Y que esas nuevas visiones, espejismos de verdad incontrarrestables terminen siendo nuestro mayor legado a los hombres y mujeres del mañana.

Yo creo que esa no es una alternativa adecuada.

Si pensamos y creemos en la realidad de una sociedad plural y pluralista, multicultural, respetuosa de las diferencias y tolerante, la Nueva Constitución (cuestión en la cual estoy plenamente convencido) no puede ser el baluarte de quienes profesen una única manera de valorar el mundo, por multitudinaria que sea o que parezca.

Es aquí donde evidentemente nos encontramos con el maestro Zagrebelsky: “en el tiempo presente parece dominar la aspiración a algo que es conceptualmente complejo, pero altamente deseable en la práctica; no la prevalencia de un solo valor y de un solo principio, sino la salvaguarda de varios simultáneamente”.

Habrá que preocuparse entonces por ir elaborando un texto dúctil y flexible, no en el sentido que pueda reformarse por cualquier vía, sino que permita amoldarse a los tiempos y permitir que cualquier modelo contingente mínimamente tolerable pueda imponerse si cuenta con la voluntad de una mayoría ciudadana.

En este sentido, una Constitución atemporal ofrece sobradas garantías a generaciones futuras, ya que no les legaremos ninguna camisa de fuerza que les impida desarrollarse soberanamente. Se necesita, por lo tanto, de una Constitución que sea el resultado de un pacto real, no solo entre los actuales miembros de la comunidad política, sino que integre también a nuestros hijos y nietos, sin imposiciones ni arrogancias de querer ser los fundadores de una nueva era.

Ello no obsta a que, pese a todo, tratemos de congeniar en algunos principios básicos, no necesariamente neutros (hay compromisos concretos con determinados valores), pero afines a nuestra cultura. Pensemos en una Constitución que asegure valores esenciales como el respeto por la democracia, el estado de derecho, los derechos fundamentales (incluidos los de segunda generación), la descentralización, y el reconocimiento de nuestra realidad multicultural, todo ello en vistas al aseguramiento de los dos valores fundamentales del ser humano: su libertad y dignidad, esta última que se explica sólo bajo criterios, a su vez, de intrínseca igualdad entre todos los seres humanos en cuanto a derechos y exigencia de respeto.

Como dice el profesor uruguayo Martín Risso, detrás de las palabras de toda Constitución, hay siempre una Constitución Invisible, oculta, que se integra por las normas del derecho internacional, por los valores, la doctrina. Todos ellos operan para llenas los vacíos que deja el Texto Fundamental, o se esconden detrás de cláusulas abiertas y que de vez en cuando los tribunales se encuentran obligados a llenar.

Es quizás recomendable que esa Constitución Invisible sea completada, de tiempo en tiempo, por el pueblo y su representante directo, como es el Parlamento, sin más ataduras que el apego a procedimientos esenciales y a aquellos pocos principios que quedarán plasmados en un texto constitucional poco pretencioso pero más respetuoso del debate democrático.

No debemos perderle miedo a crear una Constitución más humilde, procedimental, débilmente cargada de principios, que solo sirva de marco para que las democracias venideras puedan construir sus aspiraciones históricas.

Una Constitución con estas características creo que, además, tendría muchas más posibilidades de permanencia en el tiempo sin que sea necesario estar reformándola año tras año.

En conclusión, si de verdad estamos pensando seriamente en un nuevo proceso constituyente, sería muy egoísta de nuestra parte como generación, intentar plasmar en este nuevo texto alguna versión contingente de la sociedad. La idea de una Carta abierta, democrática y respetuosa por los chilenos del mañana ha de ser el desafío de este momento histórico en el que, al parecer, nos encontramos hoy.

La idea de una democracia más amplia, intergeneracional debiese ser el motor del proceso constituyente que estamos próximos a iniciar. (Santiago, 8 noviembre 2013)

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