Cartas al Director

El perdón no sustituye la justicia.

María José Labrador B.

17 de mayo de 2018


Frente al momento histórico en que se encuentra la iglesia de Chile es pertinente recordar aquella la frase del Papa Emérito Benedicto XVI “el perdón no sustituye la justicia”, en referencia a los casos de pedofilia por los que atravesaba la iglesia en el año 2010.  Aún más, agrega lo que debiera ser materia de profunda reflexión para cualquiera de los obispos entrantes o salientes: "las grandes persecuciones a la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que en esta habitan”.
El enorme problema de los trágicos sucesos actuales que han llevado al Obispado de la Conferencia Episcopal a Roma, es consecuencia de muchos factores reitera el Papa Francisco: una formación moral y espiritual insuficiente en los seminarios y noviciados; “religiosos expulsados de su orden a causa de la inmoralidad de su conducta y tras haberse minimizado la absoluta gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta moral, habrían sido acogidos en otras diócesis e incluso, en modo más que imprudente, se les habrían confiado cargos diocesanos o parroquiales que implican un contacto cotidiano y directo con menores de edad”; presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y un factor que por cierto atañe a todo católico que se precia de serlo. A Bergoglio le duele constatar que en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena el evangelio ha perdido fuerza para dar lugar a lo que denomina “una transformación en su centro”. Advierte, y agrega, que la Iglesia chilena “se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención.
El Papa ha llegado a un punto de inflexión en el cual la solución, en sus palabras, no pasa solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas, hay que ir más allá dice.
Cabe advertir que será necesario enfrentar la responsabilidad individual y el dictamen de conciencia de cada uno de los obispos. En dicho escenario es conveniente, y es de toda justicia, destacar lo que Ratzinger y Rouco Varela, entre otros, insistían ya desde años anteriores: los sacerdotes y religiosos que han abusado de jóvenes deben responder ante Dios y ante los tribunales legítimamente constituidos. Recordar además los artículos 1430 y 1431 del catecismo de la iglesia católica, que en opinión de quien escribe, constituye un camino hacia la reparación y renovación: la conversión y la penitencia no miran, en primer lugar, a las obras exteriores, sino a la conversión interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia. Dicha penitencia es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que cada uno ha cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza.
Adicionalmente, se espera la concreción de acciones como las de los obispos estadounidenses que en su momento propusieron no sólo un conjunto de políticas, sino de normas reales obligatorias. Fueron a Roma para conseguir la aprobación de lo que técnicamente se llamó “recognitio” de tal forma en el año 2002 no sólo se contó con clima de buena voluntad sino con una ley que los obispos están obligados a seguir. Como resultado, las propuestas se convirtieron en las "Essential Norms”, normas esenciales, obligatorias para cada obispo estadounidense de las que en primera instancia se desprenden los siguientes principios fundamentales:

1) Abusar sexualmente de los menores se considera justamente un crimen por parte de la sociedad y es un pecado horrible a los ojos de Dios, sobre todo cuando lo perpetran sacerdotes y religiosos cuya vocación es ayudar a las personas a vivir santamente ante Dios y ante los hombres.

2) Es necesario hacer llegar a las víctimas y a sus familiares un sentimiento profundo de solidaridad y facilitar la asistencia apropiada para que recuperen la fe y reciban atención pastoral.

3) Aunque los casos de verdadera pederastia por parte de sacerdotes y religiosos son pocos, todos los participantes reconocen la gravedad del problema. Durante la reunión se han discutido los términos cuantitativos del problema, ya que las estadísticas no son muy claras al respecto. Se ha prestado atención al hecho de que en casi todos los casos estaban implicados adolescentes y por tanto no eran verdaderos casos de pederastia.

4) Junto al hecho de que no es sostenible científicamente un nexo entre celibato y pederastia, en la reunión se ha reafirmado el valor del celibato sacerdotal como un don de Dios a la Iglesia.

5) Dadas las materias doctrinales que subyacen en la deplorable conducta en cuestión, se han propuesto algunas líneas de respuesta: a) los pastores de la Iglesia necesitan fomentar claramente la correcta enseñanza moral de la Iglesia y reprender públicamente a los individuos que la contradicen y a los grupos que proponen enfoques ambiguos en la atención pastoral; b) se llevará a cabo sin dilación una visita apostólica, nueva y seria, a los seminarios y otros institutos de formación, poniendo un énfasis particular en la necesidad de fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia, sobre todo en el sector de la moralidad, y en la necesidad de estudiar en profundidad los criterios de aptitud de los candidatos al sacerdocio; c) sería oportuno para los obispos de la Conferencia de los Obispos Católicos de Estados Unidos que pidieran a los fieles unirse a ellos para observar una jornada nacional de oración y penitencia, en reparación por las ofensas perpetradas y para pedir a Dios la conversión de los pecadores y la reconciliación de las víctimas.

6) Todos los participantes (…) consideran el tiempo presente como un momento de gracia. (…) No podemos subestimar, como dice el Santo Padre “el poder de la conversión cristiana, esa decisión radical de abandonar el pecado y volver a Dios”. Al mismo tiempo, “Todos deben saber que no hay cabida en el sacerdocio ni en la vida religiosa para aquellos que podrían dañar a los jóvenes”».

Veremos en Chile…

 

María José Labrador B.

Profesora- Investigadora

Escuela de Periodismo

Universidad Mayor

 

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