El Derecho no se trata solo de contratos, casos y cobros.
A veces, en medio del ritmo profesional, olvidamos algo fundamental:
Estamos tratando con personas. No con expedientes, no con cifras, no con trámites.
Cada cliente que nos busca trae consigo una historia, una preocupación, una necesidad real. Y nuestro trabajo tiene el poder de transformar, aliviar o incluso agravar esa experiencia.
Por eso, ejercer la abogacía también implica empatía.
No basta con saber la ley.
No basta con ganar un caso.
No basta con cobrar.
Cada cliente que nos busca tiene una historia, una carga emocional, una necesidad real. Y nuestro trabajo puede marcar una diferencia significativa en su vida.
Pero no solo debemos humanizar al cliente, sino también debemos humanizar a la contraparte.
Sí, a esa persona que “se enfrenta” a nuestro cliente.
Sí, a quien a veces vemos como un obstáculo, una amenaza, un “enemigo legal”.
Olvidamos que la contraparte también es alguien que está lidiando con su propia verdad, su versión del conflicto, sus emociones, sus miedos. Tal vez esté actuando desde la frustración, desde el dolo, desde una historia que no conocemos.
Y aunque como abogadas y abogados nuestra labor sea defender con firmeza los intereses de quien nos contrató, eso no justifica caer en la deshumanización. Porque cuando eso pasa, el Derecho pierde su propósito.
Nuestra profesión no debería fomentar la confrontación vacía, sino el respeto en medio del conflicto.
Porque ejercer con empatía no significa ser débiles, sino ser conscientes.
Conscientes del impacto que tiene nuestra forma de litigar, negociar, comunicarnos.
Humanizar el Derecho es recordar que cada rol – cliente, contraparte, juez – está ocupado por un ser humano.
Y si no lo olvidamos, quizá logremos que la justicia no solo sea legal, sino también justa.
Belén Alexa Soto Bustos
Abogada