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Hannah Arendt

Imagen: Filmin

 

Por Constanza Daza Carvallo, Universidad de Chile

Margarethe von Trotta, directora, se sumerge en el desafió de contarnos la historia de una pensadora, más allá de la línea de sus pensamientos y convicciones, sino como es Arendt como esposa, amiga, colega y profesora, una mirada desde el cotidiano.

Al comenzar, la película nos muestra una escena que describía el debate filosófico – político que involucrara el juicio en sí mismo: la captura de Eichmann en Argentina en 1960 por un comando israelí. Esto despierta en Arendt la necesidad de asistir como reportera de la revista “The New Yorker” al juicio de Eichmann, e incluso expresa su preocupación desde el inicio de que vuelva un “juicio-espectáculo” al poder volverse más bien un juicio en contra el régimen nacionalsocialista alemán más que sobre la participación de Eichmann y su rol dentro del holocausto judío.

En Jerusalén, Arendt se reencuentra con parte de amigos y comunidad judía que se muestran expectantes ante el juicio que llevaría a la búsqueda de justicia por sus casi 6 millones de pérdidas. La película nos muestra imágenes reales en donde podemos ver al criminal encerrado en una “jaula de vidrio”, aún así para la filósofa su presencia no le parece temible en absoluto, y lo cataloga como un don nadie.  Así se muestran diferentes testimonios de víctimas sobrevivientes de campos de concentración, e incluso de un representante del consejo judío. Mientas que, Eichmann seguía señalando que el solo seguía órdenes según lo enmarcaba el procedimiento administrativo.

La protagonista se embarca en un ávido y complejo debate sobre la responsabilidad de Eichmann, en donde es refutada de inmediato en Jerusalén por su amigo israelí Kurt Blumenfeld, y posteriormente por sus colegas y amigos en New York.  Para ella es un ser humano mediocre y no un genio nazi criminal como intenta enmarcarlo el tribunal. Lo considera como un fenómeno en sí mismo, pues hay cientos como él que solo seguían las órdenes del führer, que se volvieron ley, de manera que las acusaciones en su contra no le hacen sentir culpa alguna, pues él siempre pensó estar bajo el amparo de la ley. No es que no supiera lo que estaba haciendo, sino que solo renunció a su capacidad de pensar, se convirtió en un burócrata obediente del sistema, pero en ningún momento fue un exponente del mal radical como se le quiso categorizar.

Así vemos como la banalidad del mal puede verse amparada por estructuras jurídicas, es decir, la idea incluso contradictoria de que el derecho puede amparar el mal o lo injusto. En sus escritos, la autora, se apega así a una posición más kelseniana, de seguir con los procedimientos pese a lo que la figura simbolice para la comunidad judía. Sin embargo, no es este concepto filosófico lo que generó gran revuelo mediático, sino que es el cuestionamiento al rol que tuvieron los consejos judíos en el régimen nazi y su tono frío aparentemente sin sentimientos. Ella argumenta que los dirigentes judíos cumplieron un papel colaborativo con el régimen, señalando con duras palabras que constituyo la destrucción de su propio pueblo, lo que la lleva a ser receptora de un gran odio por parte de esta comunidad. Muchos le cuestionaron si había dimensionado las consecuencias de sus publicaciones siendo ella misma judía, pero la búsqueda de la verdad, en sentido filosófico, la lleva a veces por el camino de la indolencia, como “una intelectual alemana superior que desprecia a los judíos”, según sus críticos, y para sus adeptos a la búsqueda implacable de los conceptos, precisando al final que el mal no es radical, sino extremo.

Nos lleva este largometraje por un camino biográfico para entender la figura de Hannah Arendt, que termina con un discurso final que es aplaudido por sus estudiantes, pero que no logra convencer a todos sus colegas ni amigos críticos, esto para que entendamos que el debate no esta zanjado, sino más bien nos deja una invitación a cuestionarnos desde el plano de la filosofía los procesos histórico-sociales.