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Acerca de la Justicia en la Unión Soviética de Stalin: una farsa auténtica.

EL periodista español Carlos Berbell aborda la obra de Reyes Monforte, autora de uno de los grandes “best sellers” del momento, “Una pasión rusa”.

6 de abril de 2017

En una columna publicada recientemente, el periodista español Carlos Berbell aborda la obra de Reyes Monforte, autora de uno de los grandes “best sellers” del momento, “Una pasión rusa”.

En el documento, se destaca, entre otros aspectos, que si Stalin iba a un concierto y no le gustaba cómo había tocado un violinista, ordenaba su detención y no se volvía a saber nada de él, como sucedió cuando se detuvo a una orquesta de jazz al completo después de un concierto en el Cine Modern bajo la arbitraria acusación de ser enemigos del pueblo por haber interpretado mal una nota.

A continuación, el periodista indica que la escritora ha llegado a conocer en profundidad, a través de la investigación realizada para elaborar su libro, cómo funcionaba de verdad el llamado sistema de Justicia de la desaparecida Unión Soviética bajo Iosif Stalin, “el Padrecito de todos los pueblos”, como era conocido entre sus conciudadanos.

Ello, porque en su libro, continúa Berbell, la autora narra la historia personal de Lina Prokófiev, la esposa española del conocido compositor ruso, Serguei Prokófiev, que fue detenida por el KGB, el servicio secreto político soviético, falsamente acusada de ser una espía extranjera y condenada: “Era siempre el mismo procedimiento rutinario. Echaban mano del artículo 58 del Código Penal de 1926, incluido en su parte especial. Es un artículo que tipificaba los delitos”, señala la columna. 

Enseguida, se arguye que los jueces instructores interrogaban a los sospechosos torturándolos e intimidándolos de las formas más variadas. Hasta conseguir que firmaran su confesión. Luego, esos mismos jueces los condenaban en juicios secretos, que no llegaban a durar ni los quince minutos.

Y es que conforme comenta el texto la confesión era un mero formulario. El 206. Al firmarlo el reo se comprometía a no desvelar los métodos que habían empleado contra él durante la instrucción de su caso. Si lo hacía podía ser acusado de un nuevo delito, podía ser detenido, llevado a las mazmorras de la Lubianka, los cuarteles generales del KGB en Moscú, y volver a ser torturado por haber contado la verdad.

Así, el columna concluye citando lo que solían decir esos jueces de instrucción a los detenidos, según lo expone también la autora en su obra: “Explicaciones como: ¿Por qué vamos a matarlo? Aquí nos tomamos la justicia muy en serio. Además, el cautivo puede gritar, el muerto no", se sentencia.  

 

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