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Entrevista.

«La caza de brujas fue también la excusa para frenar una incipiente revolución feminista», según Alfonso Trinidad.

«Era en todo caso el concepto de justicia el que estaba equivocado. Por eso muchos jueces, en cierta medida, estaban atados de pies y manos. No podían cambiar nada, pues en cuanto dictaran demasiadas sentencias exculpatorias la sospecha recaía sobre ellos».

28 de febrero de 2019

En una reciente publicación del medio español Confilegal se da a conocer una entrevista a Alfonso de Trinidad, autor del libro “Caza de brujas, La auténtica historia de los jueces de la verdad.
Se sostiene que el autor aborda en este documentado libro un estudio a fondo sobre el periodo oscuro de la historia europea y española que abarca desde el siglo XIV hasta bien entrado el siglo XVIII, una época en la que muchas personas, mujeres en su mayoría, fueron juzgadas y acusadas de “brujería”. La mayoría de ellas acabaron en la hoguera.
Da cuenta que en una época de guerras y viudas jóvenes, en cierta medida, según el autor, la caza de brujas fue también una excusa para frenar una incipiente revolución feminista.
El autor define la caza de brujas como “una carnicería humana que condicionó una época y un mundo que ya no existen” y relata cómo el que fuera secretario general de la Inquisición entre 1789 y 1801, Juan Antonio Llorente, calculó que la Inquisición llegó a procesar a un total de 341.021 personas durante su funcionamiento, de las cuales algo menos de una décima parte fueron ejecutadas.

A continuación el medio expone una entrevista al autor:

¿Se acercarían los hechos al concepto de genocidio?

Estoy convencido. Si tomamos los datos de toda Europa, los números son escalofriantes y a pesar de que algunos historiadores reducen ese número de condenadas, lo hacen fundamentalmente porque se dedican solo a contar aquellas ejecuciones formalmente catalogadas como “por brujería” sin tener en cuenta la gran cantidad de condenadas que murieron en el calabozo o en la sala de torturas. Incluso podemos contar miles de condenas que en el último minuto se cambió la etiqueta de brujería por la de herejía.

En la lucha del mal y el bien, las brujas representarían en el ideario de la época el mal y añade: Esos jueces de la verdad, ayudados por los cazabrujas, se convirtieron durante tres siglos en defensores del bien. De un bien relativizado en su época, que conforme avanzaba en el tiempo veía oscilar esa convicción absoluta de lo correcto, hasta llegar a nuestros días como auténticos hacedores del mal. 

¿Gozaban de una impunidad absoluta?

Aparentemente sí, aunque la verdad es que todos tenían a alguien por encima con sus propias ansias de poder e intereses. De hecho, no es anecdótica la cantidad de cazadores de brujas y jueces de la verdad que también acabaron en la hoguera.

Recuerda mucho al poder y caída de muchos caudillos y dictadores, que mientras su fuerza es consistente se le apoya sin fisuras, pero en el momento que algo falla, se resquebraja todo.

¿Cuál fue el papel de los cazadores de brujas? ¿Que tuvieron en común y qué les motivaba?

Eran el brazo ejecutor, la “poli mala”. Representaban la imagen del justiciero.

Quizá lo más parecido en la historia reciente serían los bandidos del Oeste americano.

Codicia, poder, dinero. Nada nuevo. Aunque también hay que tener en cuenta la fe y la creencia que sus actos eran bendecidos por la iglesia y el bien aceptado.

«Si atañe a los asuntos celestiales, es herejía; si atañe a los asuntos del inframundo, entonces es brujería.»  Dice usted que esta cita de un demonólogo galo era la base de la postura eclesiástica para llevar a cabo su modus operandi contra las ideologías contrarias.  También indica que fue un trabajo de siglos.

¿De qué modo la brujería sirvió para que la Iglesia reforzara y extendiera su poder?

El miedo a las brujas hacía que el pueblo estuviera más cerca de la Iglesia. mostraba al pueblo cuan fácil era ser seducido por el mal y cómo la iglesia tenía el poder de acabar con esas acciones.

La iglesia era todopoderosa, sin opción a la duda, y así se presentaba.

¿Cuál fue la enseñanza que aprovecharon  los jueces de la verdad de los Francos Jueces, que actuaban casi clandestinamente? ¿Qué métodos copiaron y aplicaron?

Cito como fuente de donde tomó ejemplo la Inquisición, el Tribunal de los Francos Jueces, que se creó en el 722 y fue sancionado por el emperador Carlomagno  con atribuciones para perseguir el crimen en todas sus facetas, incluyendo la “abjuración de la fe cristiana, actos de brujería, nigromancia, invocación al maligno o profanación de cementerios…”.

Para resumirlo, fundamentalmente copiaron parte de la estructura y sobre todo la “mano dura” la inapelabilidad de la sentencia. El jesuita Firedrich Spee, muchos años después, en su obra Cautio Criminalista expone a la perfección ese sistema viciado de acusación sentencia-condena.

La crueldad de estos jueces francos hizo que el propio Santo Tomás de Aquino se escandalizase. Llegó a plantear la posibilidad de que actuaran en beneficio propio para satisfacer venganzas personales.

¿Estaban por tanto muy respaldados por el poder?

Como los jueces de la verdad sí lo estaban, pero también es cierto que ese limbo en el que actuaban en ocasiones les perjudicaban, al no estar oficialmente reconocidos.

La interesante historia que desgrana en su libro está repleta de intereses y mucha violencia. ¿Cuál era objetivo?

El fin era siempre crear un estado de temor permanente. La demostración de que no se podía ir en contra de lo establecido y que el castigo era el peor que pudieran imaginar.

En este sentido, Domingo de Guzmán era un personaje siniestro. ¿Fue “el padre” de otras barbaridades que vinieron después?

Sería decir demasiado. Sin duda fue un antecesor de los cazadores de brujas y un despiadado inquisidor. Igual que de Guzmán hubo otros muchos, aunque quizás sus acciones han llegado más documentadas.

La implantación “legal” de la tortura tiene en esta época su mejor expresión. ¿Se puede definir la tortura como una expresión de la brutalidad del ser humano?

La tortura, en mi opinión, es la peor expresión de la maldad del ser humano, más allá del asesinato u otros delitos. Es la acción de hacer daño conscientemente y tratando de causar el máximo dolor posible. Nunca se puede llegar al bien por el camino del dolor de otros y eso debería quedar grabado a fuego en nuestra memoria colectiva.

Explica que en España, la acción del Santo Oficio no se dirigía de inicio hacia la persecución de la brujería, hasta que se puso el foco en los judíos. ¿Las causas de este interés son económicos o de influencias?

Ambas cosas. Y solo se puede entender así cuando se enfoca la vista hacia la iglesia como un poder que lucha por conservar y ampliar su incidencia. La iglesia redentora y casa de Dios y de los hijos de Dios es otra película que nada tiene que ver con esta.

Señala como curiosidad que en determinadas provincias, como Zaragoza, se persiguió con saña la homosexualidad. ¿El argumento de la brujería enmascaró persecuciones de otro tipo?

Absolutamente. El rol de la mujer, así como determinadas conductas que amenazaban el orden que se pretendía mantener. Todo aquello que molestaba podía etiquetarse como brujería.

Entrando ya en el tema de la brujería, ¿por qué la mujer llevó la peor parte?

Como decía antes, la mujer era el eslabón débil. Era una época de guerras donde muchas enviudaban jóvenes y tenían que tratar de “espabilar”.

En cierta medida fue una medida para frenar una incipiente revolución feminista, podríamos calificarlo así.

¿Cómo llegó la figura de la bruja a existir en tantas culturas, por separadas que estuvieran?

No es difícil. El hombre cazaba, luchaba, rezaba o comerciaba, a la mujer sólo le quedaba la casa y el bosque, cuidar a los niños y por ende buscar remedios en las plantas. O quizás fuera cierto que el maligno tenía mayor facilidad de engatusar a la mujer (medio en broma).

¿Eran un chivo expiatorio de todos los males que acontecían a sus vecinos o una manera de desviar la atención de las injusticias de una sociedad medieval despótica regida la Iglesia y el Estado, por la rapacidad y la corrupción?

De todo un poco. Lo peor de todo es que en muchísimas ocasiones eran las vecinas, las amigas, es decir, otras mujeres, las que acusaban. Se convirtió en una excusa en un argumento fácil para conseguir un fin.

Zugarramurdi no sólo es un ejemplo paradigmático de un proceso por brujería, sino que presenta la interesante figura del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, que cuestionó las declaraciones y durante el resto de su vida como inquisidor recogió más de un millar de declaraciones que identificó como perjurio.

¿Tuvo por tanto una relevancia especial para acabar con los juicios por brujería?

Si. En el libro pongo el ejemplo de varios personajes que trataron de poner sentido común a toda esta locura. Fue la tenacidad y la acción de estos personajes (Salazar, Laguna, Spee) lo que hizo caer todo este sin sentido…, aunque cosa curiosa, estos personajes que denunciaron semejantes injusticias, increíblemente y a pesar de defender a las acusadas y luchar por cambiar las cosas, aun así, creían en la brujería y en la intromisión del maligno al respecto.

En cuanto a los jueces de la verdad ¿Qué aspectos destacaría? ¿Hubo algunos que como Salazar intentaron buscar la equidad?

No olvidemos que no dejaba de ser una profesión y en lógica debían tratar de ser justos. Era en todo caso el concepto de justicia el que estaba equivocado. Por eso muchos jueces, en cierta medida, estaban atados de pies y manos.

No podían cambiar nada, pues en cuanto dictaran demasiadas sentencias exculpatorias la sospecha recaía sobre ellos.

Pero en la gran mayoría todo iba rodado. Si la justicia está de mi parte y si las sentencias son condenatorias, más medallas y promoción consigo.

Usted trabaja en temas de cooperación internacional. ¿La sociedad actual le recuerda en alguna ocasión estas terribles situaciones?

Demasiado. Se sigue matando y asesinando a mujeres, niños y hombres por todo el mundo acusados de brujería. Ya no es el poder, sino el pueblo mal informado. Y caza de brujas la ha habido y la habrá siempre. Hoy el poder actúa más sutilmente.

No condena a la hoguera pero aniquila de otra forma a colectivos no deseables para el establishment.

De los personajes que analiza en el libro, ¿quién le parece el más malvado? ¿Por qué?

Es difícil decantarme por uno, pero quizás Nicholas Remy, y no solo por su maldad y sus más de 900 brujas condenadas sino por la fruición y ánimo de dejarlo claro y por escrito. Se enorgullecía de ello.

¿Y el más justo?

Froedrich Spee no fue un cazador de brujas bien al contrario, pero creo que fue tan determinante y tan interesante su Cautio criminalis( un libro imprescindible para la  criminología y como base propia para el derecho penal.) que bien merece un libro sobre su vida.

Y por último: ¿existen las brujas?

Lo fácil sería terminar dice do aquello de haberlas “haylas”. La brujería existió, existe y existirá.

Pactar con el diablo para obtener réditos en esta vida siempre va a tentar al ser humano…quizás porque a alguno ( y a alguna) le ha funcionado.

 

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