Nada detendrá a la rama de la familia real italiana encabezada hoy por el camaleónico príncipe Filiberto de Saboya en su lucha judicial para tratar de recuperar el fabuloso y misterioso joyero de la dinastía cuyas piezas no ha podido ver prácticamente nadie desde hace 75 años, algo que no hace sino sumar chorros de leyenda a esta historia. Y es que el único hijo del fallecido Víctor Manuel -único descendiente de Humberto II, último rey del país transalpino- y sus tres tías paternas -las princesas María Pía, María Gabriela y María Beatriz-, aunque acaban de recibir un duro revés de la Justicia italiana donde se dirimía la demanda que interpusieron en 2021 para obtener las joyas que permanecen custodiadas en el Banco nacional, ya han anunciado a través del abogado que les representa que llevarán el caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Los Saboya tienen la esperanza de que la Corte supranacional sea más proclive a sus intereses, y sueñan con un futuro fallo de restitución de bienes a la familia en línea con históricas sentencias del mismo Tribunal en los últimos años que han beneficiado a otros miembros de dinastías destronadas como el ya difunto rey Constantino de los helenos, hermano de la Reina Sofía, o el zar Simeón de Bulgaria.
Hagamos memoria. Estamos hablando de un disputado cofre requeteforrado custodiado en el Banco de Italia que podría contener un total de más de 6.000 diamantes y 2.000 perlas montadas en broches, tiaras y otras joyas que, según algunos especialistas, alcanzarían un valor de hasta 300 millones de euros, aunque otros creen que apenas llegarían a los 17, que tampoco es moco de pavo. La discrepancia en este extremo se debe a que no se ha podido hacer un inventario en condiciones de las piezas del histórico joyero de los Saboya -uno de los más impresionantes de la realeza europea a principios del siglo XX- que cogen polvo en el lugar.
Marina Doria y Víctor Manuel de Saboya.
Humberto II -conocido como el rey de mayo o de los 33 días por el escaso tiempo que ocupó el trono antes de que un polémico referéndum instalara la República en Italia-, dejó el joyero de marras en el Banco de Italia en 1946, antes de partir al exilio que le conduciría a Portugal, donde tanta relación tuvo con miembros de otras familias reales que habían corrido similar suerte, como Don Juan, heredero de Alfonso XIII, y padre del futuro Rey Juan Carlos. El último soberano italiano confió las valiosas piezas que habían lucido con orgullo las damas de la dinastía a Luigi Einaudi, quien entonces era gobernador de la entidad bancaria, encomendándole que se custodiaran allí, en una cámara acorazada. El monarca dejó además una nota en la que instaba a que las joyas sean «mantenidas a disposición de quien tenga derecho a ellas», una cita tan críptica que con el tiempo se ha terminado convirtiendo en la madre del cordero en la pugna entre la familia real y la República de Roma.
Einaudi, que se desempeñaría como segundo presidente de la joven República entre 1948 y 1955, escribió en su diario personal que «las joyas no pueden considerarse pertenencias del Estado, sino de la familia real». Pero poco le ha importado esa anotación, sin embargo, al tribunal civil italiano que la semana pasada falló en contra de los Saboya, concluyendo que las piezas disputadas «no son objetos personales, sino que habrían formado parte de la dotación de la Corona» y, como tal, pertenecen hoy al Estado italiano.
La lucha judicial comenzó cuando Víctor Manuel y sus tres hermanas iniciaron el pleito para tratar de recuperar lo que consideran suyo. Una batalla que ahora saltará a Estrasburgo.
Un gran misterio
¿De qué joyas estamos hablando? En realidad, ya se ha dicho, nadie lo sabe con certeza, dado que hasta que esté completamente resuelto a quién le pertenecen no se pueden quebrantar los sellos de custodia. En los años 60, a petición de la Fiscalía que intentó hacer un inventario, Gianni Bulgari, entonces al frente de la prestigiosa casa de joyería, pudo echar un vistazo a las alhajas, aunque finalmente no logró los permisos para tasarlas ni catalogarlas, y se dijo asombrado por la calidad y valor «sorprendentemente modestos» de las joyas que se encontró.
De ser cierta aquella impresión, se confirmaría que, como tantos estudiosos sospechan, lo que Humberto II dejó en custodia al Banco de Italia fue una ínfima parte del extraordinario joyero de la dinastía. Como se publicó en el Corriere della Sera, estaríamos hablando de piezas como la gran tiara de diamantes y perlas que perteneció a la reina Margarita, con la que viajó a Viena en 1876, una deslumbrante corona de la joyería Musy que nunca lucieron otras damas de la familia real. También de los diamantes y las perlas en forma de lágrima de la misma soberana, varios broches, dos grandes pulseras, una gargantilla, una rivière de diamantes y una gran cadena con borlas al final y cinco grandes lazos preciosos.
Filiberto de Saboya y Clotilde Courau.
Margarita de Saboya, la consorte de Humberto I -con quien se casó en 1868-, fue conocida en su tiempo como la reina de las perlas. Y es que la soberana, probablemente la más elegante de su tiempo, atesoró una de las colecciones de joyas más imponentes de finales del siglo XIX, con un espectacular número de perlas en las distintas piezas. Pero casi todas sí que siguieron en manos de la familia real tras el exilio. Muchas las han lucido en estos últimos años en toda clase de acontecimientos tanto la esposa de Víctor Manuel, la princesa Marina, madre de Filiberto, como la todavía esposa legal de éste, Clotilde Courau. Y de varias tiaras, collares, pulseras, pendientes y juegos preciosos se ha tenido noticia porque se han subastado.
Así, por ejemplo, la princesa María Gabriela de Saboya -primer amor o lo que fuera del futuro Juan Carlos I- ha hecho mucha caja desprendiéndose de las joyas que heredó. En 2021 fue vendida por 1,3 millones de euros una de las tiaras que poseía, obra de la casa turinesa Musy -una de las más antiguas de Europa- con 11 perlas naturales y diamantes. Fue nada menos que la diadema que Amadeo I de Saboya -el efímero rey de España- regaló a su mujer, María Victoria, tras su matrimonio, en 1867. Y en una subasta más reciente, la misma María Gabriela consiguió mucho cash con un buen lote de objetos dinásticos, incluidas otras alhajas.
También subastó en su día la diadema más antigua de Mellerio, junto a otros joyones de infarto, que Víctor Manuel II adquirió en 1867 para la boda de su hijo, el futuro Humberto I con la antes mencionada Margarita.
Filiberto y Aimón, juntos, durante la misa de inicio de pontificado de León XIV.
El joyero de los Saboya ha hecho correr ríos de tinta. Y despierta la fascinación de los disfrutones con estos asuntos monárquicos. Pero también es objeto de riñas familiares. Sin ir más lejos, el pasado marzo el príncipe Aimón de Saboya Aosta reabrió la guerra que libran los dos pretendientes al Trono de Italia, él mismo y su primo Filiberto de Saboya, con unas declaraciones al Corriere en las que el primero dio donde más duele al segundo. Porque Aimón, anticipándose a lo que ahora acaba de dictaminar la Justicia italiana, afirmó que el gran joyero real debería ser expuesto en un museo para el disfrute del conjunto de la ciudadanía y aseguró que la reclamación de Filiberto no tiene sentido porque «esas joyas pertenecieron a la Corona y (…) el mismo hecho de que Humberto II las dejara a disposición del Banco de Italia demuestra que no las consideraba propiedad privada. Deberían estar expuestas».
A Filiberto le sentaron como una patada en la barriga las afirmaciones de su primo. Éstas sorprendieron mucho, además, porque tiempo antes se había escenificado una reconciliación familiar cuando Aimon -hijo del difunto Amadeo de Saboya Aosta, el gran rival en vida de su primo Víctor Manuel- acudió al funeral por su tío, junto a su esposa, la princesa Olga de Grecia -queridísima sobrina de la Reina Sofía, con quien tantos momentos de intimidad familiar ha disfrutado-.
Boda de Amadeo de Saboya y Claudia de Orleans.
En todo caso, pelillos a la mar, y se ve que Filiberto de Saboya es de buen perdonar. Porque tampoco pasó en absoluto desapercibido que el pasado domingo se le viera junto a Aimón ocupando sus respectivos puestos en la misa de inicio de pontificado del Papa León XIV, en la Plaza de San Pedro del Vaticano. A los dos primos se les vio tan a gusto, dejando por un día de lado las cuitas por la larguísima disputa dinástica por el Trono de Roma.
Como decíamos al principio, los Saboya confían en que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos les trate tan bien como a otras dinastías destronadas. Uno de los miembros del Götha que ha ganado varios pleitos contra el Estado búlgaro es el zar Simeón II, quien por ejemplo en 2021 recibió con alivio el fallo por el que la Alta Corte condenaba a Sofía por una moratoria parlamentaria sobre la explotación de bienes que habían sido expropiados tras la Segunda Guerra Mundial al último soberano y a su hermana, la princesa María Luisa, y que pudieron recuperar con la vuelta de la democracia.
Mucho antes, en 2002, otra sentencia del TEDH, condenó al Estado griego a compensar a la familia real helena por los bienes personales que les habían sido confiscados. Constantino y la princesa Irene recibieron alrededor de 13,7 millones de euros, muy lejos, eso sí, de los 400 que reclamaban los abogados del hermano de Doña Sofía.