Artículos de Opinión

La amistad cívica (y la inclusión, la diversidad y la tolerancia).

Podríamos llegar a sostener que dentro de la idea de “bien común", se encuentran subsumidos los conceptos de inclusión, diversidad y tolerancia, los que se hallan íntimamente imbricados. En nuestro actual contexto institucional, es posible advertir que el trabajo desarrollado por la Convención Constituyente ha avanzado decididamente sobre estos aspectos.

El espacio público, en su sentido más amplio, constituye un lugar de convivencia social. Ese espacio público puede ser una plaza, concebida como un área física para el encuentro familiar, puede ser un teatro para las artes, un estadio para el juego, un parque para el deporte.

En dicho sentido, podríamos afirmar que la actividad política da cuenta de un particular espacio público: En él, y en virtud de la decisión ciudadana, confluyen las distintas miradas de la cosa pública y en él debe promoverse – como en ningún otro – un diálogo abierto destinado a la promoción de altas políticas públicas en el caso de la actividad de Gobierno y a la generación de textos normativos – en el caso del Parlamento -, destinados a la satisfacción de aquello que se denomina bien común.

Como bien sostiene Muñoz Sánchez, siguiendo a Aristóteles – en un breve pero interesante paper de actual contingencia -, el concepto de philía politiké –amistad cívica o respeto– constituye el punto clave para comprender el juicio político como ámbito para la acción deliberativa en la constitución del espacio público, un ámbito en el que, por antonomasia, debe primar la convivencia y el respeto. Así, “este tipo de concordia (la amistad cívica) existe – debe existir – entre los hombres buenos. Ellos son de una misma opinión consigo mismos y unos con otros. Desean lo que es justo y lo que va en interés común, y estas son sus metas comunes. Los hombres malos, en cambio, no pueden vivir en concordia, salvo en pequeño grado, así como no pueden ser amigos”. Lo que los amigos tienen en común – entonces – es una opinión compartida de lo que es justo, y en esa medida, la amistad cívica es una forma de construir comunidad, de compartir el mundo.

Si nos enfocamos en esa perspectiva, podríamos llegar a sostener que dentro de la idea de “bien común”, se encuentran subsumidos los conceptos de inclusión, diversidad y tolerancia, los que se hallan íntimamente imbricados.

En nuestro actual contexto institucional, es posible advertir que el trabajo desarrollado por la Convención Constituyente ha avanzado decididamente sobre estos aspectos. En efecto, la inclusión se ha hecho patente no sólo desde la perspectiva del lenguaje del proyecto, sino que, a su turno, se ha perfilado – junto a la idea de la diversidad -, en aspectos tan diversos como justicia, principios y estructura del Estado, ideales ecológicos, plurinacionalidad en el marco de un Estado único, representatividad popular, etc.

Ahora bien, pese a que no existe ninguna referencia patente a la expresión “tolerancia”, ella envuelve muchas ideas desarrolladas por la Convención Constituyente: Tolerar comporta respetar, reconocer, aceptar e incluso, apreciar las ideas diversas.

La tolerancia, así concebida, constituye un caro valor republicano, ínsito en el ideal de toda democracia. Mas allá de las discusiones en torno al concepto mismo de república, la idea de la aceptación del otro – como legítimo otro – con sus individualidades en el más amplio espectro, cosmovisiones, sentimientos, afinidades políticas, etc. supone – paradojalmente – una cierta dosis de dolor. Uno no tolera lo que le parece indiferente: Uno tolera aquello que – en su fuero íntimo – no le parece correcto pero que está en condiciones de aceptar – precisamente – porque esa visión dimana de un ser que merece desde luego (ex ante), todo nuestro respeto y ostenta, como uno, la misma dignidad.
Hace algunos días asistimos a un lamentable atentado contra el Presidente de la República.

Cabe señalar que la figura institucional de la presidencia está íntimamente ligada a nuestra tradición republicana y, de paso, a nuestra democracia. Ergo, más allá del respeto al individuo que ostenta el cargo, debe existir un respeto a la institución, la Presidencia de la República que es – a renglón seguido – la vívida expresión de la decisión popular. Y es que, en definitivas cuentas, respetar a la persona y a la figura del Presidente de la República trasunta un respeto hacia instituciones que se encuentran en las bases de nuestra patria: En tal sentido, más allá de que no compartamos los postulados del actual Presidente de la nación, su actitud en orden a no sentirse amedrentado por un ataque a su persona demuestra un grado de consecuencia que se encuentra más allá de los vaivenes – y las capacidades – para la idónea gestión del cargo mandatado.

En síntesis: no debemos confundir la disensión con el ataque. No podemos confundir la opinión con la verdad revelada. No podemos aceptar el ataque físico ni de palabra, como vía para expresar nuestro disenso. Tales postulados se encuentran en la base de la democracia. Eso está en el ADN de nuestro país, que ha dado muestras de madurez cívica. Cuidemos algo que hemos construido durante años. (Santiago, 27 abril 2022)

 

 

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