Artículos de Opinión

Una mirada al proceso electoral en USA.

El primer reto para el presidente electo será reducir el nivel de polarización política que generó este proceso electoral y resolver la crisis provocada por la COVID-19.

El sábado 07 de noviembre de 2020, Joe Biden, candidato del Partido Demócrata, se convirtió en el presidente N° 46 en la historia política de los Estados Unidos de Norteamérica (USA). Por su lado, luego de ver cómo Biden alcanzaba los más de 270 votos electorales necesarios para ser elegido presidente, Donald Trump, actual mandatario en ejercicio, ingresaba al club de los cinco (5) presidentes que perdieron su reelección en los últimos cien (100) años: Herbert Hoover (1932); Gerald Ford (1976), Jimmy Carter (1980) y George Bush (1992).

Al respecto, aprovecharé el interés que ha despertado el proceso electoral en USA para exponer algunos apuntes en torno a dos asuntos de relevancia y actualidad para el Derecho Constitucional y la Ciencia Política comparada: 1) El sistema electoral de USA; y 2)  Los retos del gobierno de Biden.

Sobre el sistema electoral  de USA

Para el caso de la elección del presidente y vicepresidente de USA, el constitucionalismo norteamericano creó la figura del denominado “Colegio Electoral”. Se trata de un colegiado compuesto de 538 electores (desde 1964) que tiene la decisión de elegir a la fórmula presidencial que gobernará USA durante 4 años. Es decir, estamos frente a una elección indirecta en la que los candidatos pugnan por alcanzar la mayoría más uno de los votos del colegio electoral (270, como ya se precisó).

Ahora bien, si acaso ningún candidato a la presidencia alcanza la mayoría de los votos electorales (es decir, 270 como mínimo), la elección se define en la Cámara de Representantes (compuesta por 435 miembros). Del mismo modo, si acaso ningún candidato a la vicepresidencia obtiene la mayoría de votos referida, la elección se define en la Cámara de Senadores (compuesta por 100 miembros).

Siendo ello así, resulta perfectamente posible, cómo pasó en las elecciones de 1824, 1876, 1888 y 2016, respectivamente, que el candidato que logra ser elegido por el Colegio Electoral (con 270 votos electorales o más) no sea quien obtuvo el mayor número de votos en la elección a nivel nacional. ¿Por qué ocurre esto? Justamente porque se trata de una votación indirecta.

Por ese motivo, en opinión que comparto, diversos especialistas han señalado que el Colegio Electoral es un sistema abiertamente antidemocrático que termina entregándole a los estados grises (ni demócratas ni republicanos) una influencia desproporcionada a la hora de la elección de la fórmula presidencial en USA. Pero, en el otro lado de la orilla se encuentran quienes consideran que se trata de un mecanismo propio del sistema federal de USA que busca proteger el derecho de los estados más pequeños.

Pero, ¿Por qué los constitucionalistas eligieron este sistema? En mi opinión,  las razones que explican esta opción política fueron tres. Primero, se temía que las facciones y los votantes (en perspectiva universal) no tomaran decisiones informadas. Segundo, se temía que los estados con mayor densidad demográfica con derecho a voto resulten eligiendo siempre al presidente. Y, tercero, la fórmula para distribuir congresistas (directamente vinculada con el número de electores), se basaba en el “Compromiso 3/5”, según el cual cada esclavo en un estado contaba como fracción de una persona para distribuir escaños en el Congreso. Esto les dio a los estados sureños en USA con muchos esclavos más poder, aun cuando grandes grupos poblacionales no podían votar y no eran libres.

Sobre los retos del gobierno de Biden

El primer reto para el presidente electo será reducir el nivel de polarización política que generó este proceso electoral. Es más, el propio Biden dirigiéndose a los que votaron por el presidente Trump ha señalado lo siguiente: “Es hora de dejar de lado la retórica dura, bajar la temperatura, volver a vernos, escucharnos de nuevo. Y para avanzar tenemos que dejar de tratar a nuestros oponentes como enemigos”. Por eso es importante que Biden se haya comprometido a gobernar con el credo de que no ve estados azules (demócratas) y estados rojos (republicanos), sino solo Estados Unidos de Norteamérica.

El segundo reto, qué duda cabe, está relacionado con resolver la crisis provocada por la COVID-19. Por eso, el presidente electo ha ofrecido poner a la pandemia bajo control y para ello, señaló que inmediatamente nombrará al equipo de científicos y expertos quienes tendrán la tarea de elaborar “El Plan COVID-19” que se implementará ni bien sea investido en enero.

Sin embargo, y cómo también lo ha expuesto el expresidente Barack Obama, considero que Biden deberá enfrentar, además de problemas coyunturales como la COVID-19, otros retos vinculados con la propia estructura del poder en USA. Hoy en día, el presidente electo no solo se enfrentará a la pandemia sino también a un sistema económico, social y político profundamente injusto que ha limitado seriamente la posición geopolítica de USA en el mundo.

De allí, la importancia simbólica y política que tendrá la figura de la vicepresidenta electa Kamala Harris (la primera mujer y la primera mujer de color en ejercer dicho cargo) para el gobierno de Biden, pues se trata de una mujer que representa a  quienes siguen creyendo que USA no debe renunciar a ser el país de las oportunidades para todas las personas que se esfuerzan por alcanzar sus sueños, una gran nación capaz de romper las cadenas del machismo, el racismo y la discriminación.

En esa línea, hago mía la reflexión de los destacados politólogos Levitsky y Ziblatt expuesta en el libro “¿Cómo mueren las democracias? (Taurus: 2018), pues considero que Biden asumirá el reto histórico de recuperar para la política norteamericana el valor de las reglas no escritas de la democracia en USA: la tolerancia mutua (con partidos que se aceptan como adversarios legítimos) y la contención (con políticos que se moderan a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales). Eso quiere decir que los líderes de los dos grandes partidos políticos deben aceptar nuevamente su legitimidad mutua y resistirse a la tentación de usar su control temporal de las instituciones en el máximo beneficio de su formación. (Santiago, 13 noviembre 2020)

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