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miércoles 23 de abril de 2025
Opinión.

Vargas Llosa y su visión de la Justicia: un conflicto entre el ideal liberal y la corrupción del poder, por Yolanda Rodríguez.

Vargas Llosa, en su faceta de ensayista y pensador político, ha defendido el estado de derecho, la separación de poderes y el liberalismo como marco indispensable para una justicia real. Para él, no podía existir justicia sin libertad. En textos como “La llamada de la tribu”, defiende una justicia que no esté condicionada por ideologías colectivistas ni por la voluntad del caudillo. Y aborda cómo la justicia debe proteger al individuo frente al poder.

En la obra y pensamiento del recientemente fallecidoMario Vargas Llosa, la justicia aparece como un campo de tensión entre el ideal liberal y la corrupción del poder. Ya sea desde la ficción o el ensayo político, el escritor peruano ha diseccionado los mecanismos mediante los cuales la justicia puede ser instrumento de represión, conflicto de conciencia o simple apariencia que oculta la impunidad.

Como pensador liberal, Vargas Llosa defendió con pasión el Estado de derecho, la independencia judicial y la libertad individual frente a modelos revolucionarios o populistas que, según él, disfrazan de justicia lo que no es más que represión.

Llegando a la conclusión que una justicia real no puede existir sin libertad ni sin instituciones que limiten el poder y garanticen los derechos del individuo.

La justicia como instrumento del poder

En novelas del último premio Nobel de las letras hispánicas, como “Conversación en La Catedral” o “La fiesta del chivo”, Vargas Llosa presenta sistemas judiciales sometidos al poder político. El Estado aparece como una estructura corrupta donde la justicia es una herramienta más del control y la represión. Las leyes existen, pero están al servicio del autoritarismo.

En “La fiesta del chivo”, por ejemplo, el régimen de Rafael Leónidas Trujillo, en la República Dominicana, manipula la justicia para castigar disidencias, y los jueces actúan más como burócratas del régimen que como garantes de derechos.

La justicia como conflicto moral

En “Los cachorros” o “La ciudad y los perros”, se muestra una justicia que no siempre está en manos del sistema, sino en la conciencia de los personajes. Las instituciones pueden fallar, pero los dilemas morales —la lealtad, el honor, la culpa— siguen operando.

En “La ciudad y los perros” (1963) el sistema militar que debería impartir justicia es profundamente injusto, y los personajes deben decidir si delatar a un compañero o guardar silencio. La justicia institucional que choca con la justicia personal. Por ello, la investigación del crimen queda sepultada bajo una red de mentiras, encubrimientos y lealtades mal entendidas.

Justicia e impunidad

La impunidad es otro gran tema que aborda Vargas Llosa en varias de sus obras. La injusticia no se resuelve, sino que se perpetúa. Los crímenes quedan sin castigo, o son castigados arbitrariamente. Esto refleja una visión crítica de las sociedades latinoamericanas y sus instituciones.

En “Lituma en los Andes” (1993), por ejemplo, los asesinatos investigados por el cabo Lituma no tienen una resolución clara. Aquí el autor denuncia que la justicia es lenta, parcial o inexistente frente a las fuerzas del terror.

En el fondo, observamos cómo a medida que Lituma avanza en su investigación, se enfrenta no solo a la amenaza de Sendero Luminoso, sino también a creencias ancestrales, ritos paganos y a un pueblo que calla.

Crítica a la justicia populista o revolucionaria

Sin duda, uno de los temas con los que el escritor peruano fue más crítico fue con los modelos de justicia revolucionaria o popular, como los impulsados por regímenes comunistas o bolivarianos.

En estos textos, denuncia cómo esos sistemas disfrazan de justicia una estructura represiva, sin garantías individuales ni Estado de derecho.

En su artículo, «La dictadura perfecta«, publicado en el diario El País, 1 de junio de 1992, Vargas Llosa critica duramente el sistema político de México durante el PRI, pero también hace paralelismos con regímenes latinoamericanos que, bajo un discurso de justicia social, instauran mecanismos autoritarios.

Y subrayaba que «el PRI no ha sido capaz de sacar a México del subdesarrollo económico -pese a los gigantescos recursos de que su suelo está dotado- ni de reducir a niveles siquiera presentables las desigualdades sociales, que son allí todavía más feroces que en muchos países de América Latina, como Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela o Costa Rica».

Es más, la corrupción resultante de este monopolio político ha sido internalizada por las instituciones y la vida corriente de una manera que no tiene parangón, lo que ha creado uno de los más irreductibles obstáculos para una genuina democratización del país.

Igualmente, en «El ogro filantrópico» (prólogo al libro de Octavio Paz), Vargas Llosa expresa su adhesión a la idea de que el Estado que pretende hacerlo todo en nombre del pueblo acaba anulando la libertad y la justicia auténtica.

Recordando que «La experiencia nos muestra que cuando el Estado se convierte en el gran redistribuidor, el gran juez y el gran policía, las libertades desaparecen una a una.»

Además, en su libro “La llamada de la tribu” (2018), el autor recoge sus ideas liberales, y dedica capítulos enteros a desmantelar los discursos que justifican modelos de justicia revolucionaria.

Así, por ejemplo, inspirado en la lectura de Hayek y Popper, señala que “El imperio de la ley es la única garantía de que la justicia no sea el capricho de los poderosos o la imposición de una tribu sobre otra.”

En esta obra aparece una frase que define gran parte de su pensamiento político-judicial: “La democracia no garantiza la verdad ni la justicia absoluta, pero permite corregir errores, ensayar cambios y, sobre todo, hacerlo sin violencia. Esa es su grandeza.”

Algo que también plasmaba en «Derechos de autor» otro artículo publicado en El País, el 17 de julio de 2022.

«El sistema democrático no es siempre ejemplar, suele haber en él disparidades de ingresos gigantescas y no siempre en función de lo que los más beneficiados aportan al sistema, además de jueces injustos o cínicos, que aprovechan su posición para enriquecerse, o autoridades que igualmente se benefician de los cargos que ocupan, y mil cosas más».

En donde insistía en subrayar que «Pero en este campo, «no hay la menor duda: la democracia es mil veces preferible al régimen sin libertad de expresión, donde todos los atropellos pueden ser simulados y convertidos en “los beneficiados serían los traidores del sistema”.

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