Artículos de Opinión

El invierno de la democracia.

La crisis que sufre la democracia contemporánea mantiene preocupados a cientistas políticos, sociólogos y politólogos de las más diversas tendencias. Salvo honrosas excepciones, abruma considerar que no es tema de análisis en los círculos constitucionalistas chilenos, turbados a estas alturas por problemas cosméticos: si debe mantenerse o no el sistema binominal; si el presidencialismo le […]

La crisis que sufre la democracia contemporánea mantiene preocupados a cientistas políticos, sociólogos y politólogos de las más diversas tendencias. Salvo honrosas excepciones, abruma considerar que no es tema de análisis en los círculos constitucionalistas chilenos, turbados a estas alturas por problemas cosméticos: si debe mantenerse o no el sistema binominal; si el presidencialismo le hace bien o no a Chile; si son razonables las leyes orgánicas constitucionales, etc. Nuestro medio todavía no discierne cuánto la realidad ha hecho mella en los dogmas políticos nacidos bajo el paraguas de la Revolución francesa. Discute sobre el color de las hojas, olvidando el problema mayúsculo de la raíz del árbol, cuyos nutrientes no está asimilando.
Pero la crisis de la democracia moderna llegó para quedarse, y hay que hacerse cargo de ella, aún cuando rompa los hábitos mentales. Son, como se decía en los sesenta, los signos de los tiempos. Pero ahora son los signos de la modernidad en declive.
En nuestro país el fenómeno fue visible a partir del año pasado, movilizaciones callejeras, mediante. Al punto que los nuevos Presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, Camilo Escalona (PS) y Nicolás Monckeberg (RN), han tomado nota de ello apenas investidos. El primero aludió a que “el sistema político está cuestionado”, el segundo afirmó que “la democracia está en crisis”. Al parecer, la solución les parece fácil. Habría que perfeccionar la actual institucionalidad. O sea, más de lo mismo.
En realidad, la disconformidad popular con el operar de nuestro sistema político tiene causas profundas. En su amplitud universal, el tiempo no ha pasado en vano y las conocidas aprehensiones de autores tan dispares como Bobbio, Popper o Jouvenel sobre las “promesas incumplidas” de la democracia hoy parecen minimalistas. Guy Hermet volvió a delimitar el problema no hace mucho. En “El invierno de la democracia” (L´hiver de la démocratie ou le nouveau régime, Colin, 2007), echa un balde de agua fría y en la cara a los demócratas optimista. Desnuda el sistema. Cuenta la historia no recordada de la democracia decimonónica y las ilusiones rotas del régimen presente. Tiene incluso, y hay que agradecérselo, esa suprema osadía de llamar las cosas por su nombre. Porque al fin y al cabo la democracia es un término que evoca no solo sentimientos y esperanzas, sino también ideologías, dogmas y frustraciones. Y en ese punto oscuro, mal sonante, la lógica del sistema no coincide con la lógica de la adhesión al sistema. La democracia locuaz no coincide con el gobierno efectivo del pueblo. En tal sentido, Hermet opina que el régimen político que en Europa hemos llamado “democracia” durante tanto tiempo está rozando su término, abocado a ceder el puesto a otro universo político todavía desprovisto de nombre, pero ya largamente esbozado en la práctica.
Sin duda que los problemas que aquejan a la democracia chilena, y, en general, a la instaurada en la América hispanoparlante, son distintos de los que afectan a la democracia europea. Pero se pueden constatar algunos aspectos universales de la crisis. Hay situaciones que parecen transversales. No solo desde la perspectiva ideológica, sino (y esto es lo más interesante) desde la perspectiva credencial y operativa. En Chile ocurren cosas que también suceden en Europa, moduladas de acuerdo a nuestras propias carencias. Veamos rápidamente algunas de ellas:
i) Todo parece indicar que nos dirigimos al término de la época de confianza hacia el mundo político, en razón de una toma de distancia creciente del ciudadano común, que se vuelve vistosa por una determinación nueva de las clases medias a descender a la calle o a ocupar las redes sociales para protestar contra las políticas de sus representantes, o simplemente para discordar de ellas. Es lo que en Alemania se ha llamado la “Contra-República”.
ii) El callejón parece no tener salida. La “religión civil” de adhesión a la democracia (tan típica de la III República francesa, del americanismo de la inmediata post-guerra, o a su modo, del Chile post-Pinochet) vive solo en la retórica interesada de los medios o en ciertos cenáculos de intelectuales excesivamente adoctrinados. Pero en la sociedad de masas ha sido sustituida por los nuevos “cultos seglares” de carácter individual. Es más, la idea de progreso colectivo ha desaparecido. Cada persona o grupo, encerrado en su isla mental, se preocupa solo por obtener el reconocimiento de sus intereses específicos de parte de una autoridad pública considerada como legítima cuando admite la demanda, pero como opresora cuando la desconoce. Las apetencias particulares prevalecen sobre la identidad pública del régimen político. La era de los sacrificios en pro del espacio político ha desaparecido. El liberalismo que se puso de moda en los ochenta está haciendo efecto en todas sus consecuencias venenosas. A la delicuescencia de la patria, de la identidad y de la tradición, trabajo ya acabado según constató Gambra, se suma ahora la delicuescencia de las instituciones de la modernidad política, como tantas veces ha sugerido Bauman. Narciso y su “destrucción creativa” está acabando con todo. Casi no nos hemos dado cuenta, y esa es su labor mejor realizada.
iii) La soberanía del Estado, que en los textos constitucionales se construye sobre la base de la soberanía del pueblo, se acerca a su ocaso. En Europa, las estructuras supranacionales y su piramidalización oligárquica suelen prevalecer sobre ella. Lo mismo se constata en muchos países en vías de desarrollo respecto de las instituciones financieras internacionales. Es más, como recuerda Hermet, frente a los especuladores que desestabilizan una moneda en pocos días, frente a los juegos de influencias, los flujos financieros, las deslocalizaciones industriales, las corrientes migratorias incontrolables, los circuitos de comunicación que ignoran las fronteras según una lógica ultraterritorial, la soberanía del Estado queda desamparada en el mismo espacio que antes dominaba.
iv) Hermet se queja de que poco sirve la voluntad mayoritaria salida de las urnas si sus prescripciones solo se aplican en la medida que coinciden con las orientaciones trazadas por corrientes extra-populares o transnacionales. Y es una realidad. Los modelos de democracia –observa- hoy lo construyen pocas manos: la democracia de mercado (del mercado de los poderosos), la democracia balística (animada por la demagogia izquierdista de líderes populistas pródigos en promesas de felicidad instantánea); la democracia de la opinión (que confunde lo que antes se llamaba decisión mayoritaria, lentamente filtrada y madurada, con los cambios de humor inspirados cada mañana por los líderes de opinión en muestras de población preparadas por especialistas interesados en los beneficios de la industria del sondeo);  la democracia geoestratégica (impulsada por los EEUU en Serbia, Kosovo, Afganistán o Irak y en los países de la “primavera árabe” a modo de certificado de buena conducta para que el comportamiento político resulte identificable, previsible y controlable), etc. ¿Hacia dónde va Chile? No es difícil presagiar.
v) La democracia contemporánea se ha condenado a una obligación de comprar de alguna manera sus apoyos al precio de ofertas de derechos y beneficios materiales que deben ser renovadas sin cesar, en una espiral que cada vez cuesta más cumplir. Esta fatalidad, que afecta a todos los gobiernos de las naciones desarrolladas, también se aplica a nuestro país. En frase de Hermet, el arte de gobernar requiere hoy el talento del cortoplacista combinado con el populismo en lugar de la prudencia del artista de la política. De ahora en adelante los asuntos públicos deben “manejarse” a corto plazo en función de los imprevistos que se convierten en regla en nuestras sociedades de riesgo. ¿Hasta dónde puede estirarse el elástico de las promesas para que sean no solo realizables sino también creíbles?
Las notas que hemos reproducido permiten medir el calado de algunos de los problemas que enfrenta la democracia contemporánea y que se aplican a la perfección a nuestro sistema.
No. No estamos en primavera. Se acerca el invierno y la cosa se viene en serio.

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