Cartas al Director

Sistemas de gobierno.

Adolfo Paúl L.

2 de noviembre de 2021


Tras todas las clasificaciones de las formas de gobierno subyace el siguiente problema: ¿Quién debe gobernar un Estado?

Es clásica en la historia de la filosofía política la división de las formas de gobierno atendiendo al número de los que ejercen la potestad: monarquía o gobierno de uno, aristocracia o gobierno de los mejores —de una minoría selecta— y democracia o gobierno de la multitud del pueblo.

Estas formas simples o puras de gobierno no se encuentran en la realidad, pues en el hecho predominan los regímenes mixtos, compuestos de caracteres que participan en ciertos aspectos de una u otras. La clásica doctrina triangular de las formas de gobierno no responde a la realidad, porque ni existen grandes sociedades en las que mande un hombre solo, ni en las que manden todos. Las teorías justificadoras de la monarquía y de la democracia se apoyan en ficciones ético-jurídicas. Solo hay una forma real de gobierno: el mando de unos pocos. De hecho, con o sin sufragio universal, siempre gobierna una oligarquía.

El problema de determinar cuál es la mejor forma de gobierno se lo han planteado casi todos los autores que antiguamente se ocuparon de los temas de filosofía política. Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino, además de muchos otros, reconocen que el gobierno monárquico —o régimen en que la potestad política radica principalmente en uno— es el más eficaz en orden a alcanzar el bien común político.

Para Santo Tomás la forma de gobierno mejor y más concorde con la propia esencia humana ha de ser la de una monarquía templada de aristocracia y democracia. No será, por ende, una monarquía ilimitada o absoluta. Esta monarquía ha de hallarse templada de aristocracia en cuanto el monarca o Jefe del Estado se halle asistido por el consejo y contribución prudencial de los mejores. Templada, por fin, de democracia, en el sentido de que estos consejeros, e inclusive el propio monarca o Jefe del Estado, puedan elegirse o ser entresacados de cualquiera de los estratos de la sociedad a que todos ellos pertenecen y cuyo bien común se proponen por igual.

Para Tomás de Aquino la aristocracia es el conjunto de los mejores que contribuyen prudencialmente al gobierno de un Estado, así como, a su vez, la democracia viene a coincidir con la posibilidad en que se halla el pueblo organizado de procurar al monarca los mejores representantes o expositores de sus intereses, para que las leyes se ordenen efectivamente al bien común.

 Pensamos que el régimen político que cumpliría en mejor forma estas ideas de Santo Tomás sería un presidencialismo con un sistema legislativo bicameral, en el que la Cámara de Diputados estuviese integrada por ciudadanos comunes y corrientes y el Senado por personas que cumplan exigentes requisitos académicos, profesionales, laborales, empresariales u otros y que “sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo”, según lo postulado por Diego Portales.

 Finalmente cabría comentar que no es posible desconocer el arraigo cultural que proviene de nuestra historia con la figura del Presidente. Trasplantar instituciones foráneas, desconociendo nuestra historia y tradiciones, podría llevarnos a graves problemas institucionales.

 

Adolfo Paúl L.

Abogado

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