Este pasado 9 de mayo, el mundo católico celebró el advenimiento de un nuevo líder espiritual y la humanidad observó la designación de un nuevo jefe de estado. Es que el nombramiento del Papa tiene intrínsicamente este doble aspecto. Al margen de nuestras propias convicciones morales, lo que obran los líderes políticos, sobre todo los más influyentes, no deja indiferente a nadie.
En el sentido anterior, una de las primeras preguntas que surgen al conocer el nombre del nuevo Papa, es, precisamente, por qué eligió ese nombre.
Basado en mi precario conocimiento en derecho canónico y teología, pero inspirado en una inquietud por la política que me mueve desde antes de convertirme en un atribulado estudiante de derecho, quisiera compartir algunas reflexiones.
Mucho se especula y se ha dicho. Tal como ocurre siempre. Pero a muy poco andar y antes de que el propio Papa sea quien explique por qué tomó el nombre de León XIV, a partir de sus primeras palabras al saludar en la Plaza del Vaticano desde su nueva investidura, surgen de manera diáfana las prioridades y legados de dos de sus antecesores: León I y León XIII. Consultados teólogos, filósofos y parientes entendidos en la materia, esta idea fue refrendada, si quizá con matices, sin discrepancias.
Ya en las postrimerías de nuestra formación como estudiantes de leyes, en las clases de historia del derecho, nos enseñaban que, en el siglo V, Atila, rey de los Hunos, fue detenido por el Papa León I a las puertas de Roma y convencido de devolverse y no invadir ese territorio. Este hito histórico no se produjo blandiendo la espada. Se logró por la vía del entendimiento y el liderazgo, por lo que la comprensión del legado de León I es, por sobre todo, la paz.
Por eso me resultó muy llamativo que en su saludo en la Plaza de San Pedro, León XIV haya usado al menos 10 veces la palabra paz y haya dicho enfáticamente que “el mal no prevalecerá”, decidido a derrotar nuevamente a Atila, en las distintas personificaciones que adquiere hoy en día. Diré que esta apreciación desde mi punto de vista, en todo caso, parece ser más en el orden espiritual.
Pero sólo esa misma noche, en cena con los cardenales y según nos contó por televisión Cardenal Chomalí, León XIV también explicó a sus comensales por qué tomó ese nombre pontificial y el alcance tenía un tinte más político que el anterior, pues relató que se sentía muy cercano a la figura del Papa León XIII, desde que él partió su apostolado muy cercano al espíritu de la encíclica Rerum Novarum y que los tiempos de cambio abordados para la época de la revolución industrial, ahora se replicaban otras rerum novarum, como la importante revolución tecnológica y digital que se viene con la llegada de la inteligencia artificial, abordar la tan exigida transparencia económica del Estado Vaticano y la necesidad de rendición de cuentas; la renovación de la curia; el cambio climático que está afectando al planeta y, desde luego, la persecución y la reparación de los abusos por parte de personas vinculadas al clero. Estas tareas, que la propia Santa Sede ha calificado de urgentes a través de comunicados de público conocimiento, y tantos otros fenómenos de sobra conocidos que nos toca vivir día a día, son las que el colegio cardenalicio llamó a León XIV a mantenerse observando y jugar un rol. ¿Afectará eso a Chile? ¿De qué manera? Mi parecer es que sí va a afectar lo que haga León XIV a la humanidad y a nuestro país. Cómo será esa influencia, sólo el tiempo lo dirá, pero es innegable que, si el Vaticano abre sus libros blancos, no habrá país al que sus ciudadanos no exijan igual o mayor transparencia en el manejo de los recursos fiscales. Ya existe sintomatología pretérita que indica que es muy probable que lo obrado por el Vaticano siente fuertes precedentes en occidente, porque es innegable la fuerza moral que sienta este poder; y la regla moral no tarda demasiado en erigirse en norma jurídica, cualquiera sea la tesis a la que adhiera en torno a la relación entre moral y derecho. Éste el extremo que me interesa abordar.
Para entrar en lo anterior me referiré al inmediato antecesor del actual Papa en el uso del nombre León -al Papa León XIII-, describiendo, desde mi particular punto de vista, la realidad mundial que le tocó enfrentar, su reacción a esa realidad y el devenir de todo un nuevo orden mundial occidental – que es nuestra civilización pues la civilización oriental tiene otros parámetros y alzan los valores desde otro punto de vista, esto el, el confuciano- hasta llegar a la propia institucionalidad chilena, tal como la conocemos hoy.
Partiré diciendo que para León XIV el mundo no se está cayendo a pedazos y esa no es una aseveración baladí. Es el punto de partida de la comprensión de lo que viene. Me referiré a León XIII para justificar por qué es mi parecer que el Estado Vaticano ejerce un poder innegable sobre occidente y reiteraré que para León XIII el mundo también tenía arreglo.
León XIII -en su momento- marcó la historia de la humanidad con su encíclica Rerum Novarum y concurrió a la concepción de la doctrina social de la iglesia, fenómeno que caló hondo en Chile, ya desde 1957, con la fundación del partido demócrata cristiano que se inspira en este pensamiento desarrollado filosóficamente por Jacques Maritain, hasta llegar al Acta Constitucional número 1 de 1976, antecedente inmediato de las Bases de la Institucionalidad de la Constitución de 1980, que en su Considerando CUARTO, Letra a), adhiere a “[L]a concepción humanista cristiana del hombre y de la sociedad que considera a aquél como un ser dotado de una dignidad espiritual y de una vocación trascendente, de las cuales se derivan para la persona derechos naturales anteriores y superiores al Estado, que imponen a éste el deber de estar a su servicio y de promover el bien común”.
Claro. La institucionalidad jurídica es más clara y tajante que una encíclica y eso ya lo decía la declaración de la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede, que consignó el 30 de junio de 1977, en su Declaración Sobre La Promoción Humana y La Salvación Cristiana que «[D]e por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica”. Pero con las limitaciones que la curia ve en la política, lo cierto es que es la politicidad es inherente al contrato social y los sistemas políticos son lo que marca la adherencia de los estados a los derechos que, anteriores al hombre, no tienen ningún valor si no es con base en el reconocimiento por parte del sistema positivo y una institucionalidad que proteja este reconocimiento.
Ya de lleno en el tema, recordemos que la encíclica Rerum Novarum condenó la pobreza y degradación de los trabajadores, argumentando que la deshumanización del trabajador y una paga injusta eran contrarios a la fe católica, pero, como ya señalé, no propuso una solución política al asunto. El papado se reconoce con esa limitación y no pretende superarla. Aquí es donde hace su entrada Jacques Maritain quien parte su discurso desde la doctrina social de la iglesia y los valores del humanismo cristiano, y aunque en un principio se le critica cierta ambigüedad al criticar abiertamente el capitalismo -con lo que se cree que postula a los ojos del lector poco atento, una especie de socialismo cristiano- el asunto fue aclarado con todas sus letras en la Quedragésimo Anno, en términos nunca contradichos por Maritain, quien pudo hacerlo hasta 1973, fecha de su muerte. Es que, si se observa, la doctrina social de la iglesia suele recurrir a fuertes críticas al laissez-faire en estado puro, tal como hasta hace poco lo hizo Juan Pablo II a la caída del muro de Berlín,
La naturaleza de la orden de los agustinos, a la que pertenece el Papa León XIV, coincidentemente, está dada por los mismos elementos integrados en su formación: la herencia monástica de San Agustín, la tendencia contemplativa propia de sus raíces eremíticas y los principios fundamentales de las órdenes mendicantes, con el matiz de que la dignidad personal en este aspecto no está dada por la igualdad material, sino que por la igualdad del acceso a oportunidades, lo que lleva al esfuerzo de establecer las bases para la igualdad, precisamente, en el acceso a oportunidades, pero sin olvidar el desarrollo intelectual y espiritual.
Todas estas son manifestaciones de la idea de justicia en tanto virtud, que se lee en los textos evangélicos respecto a la riqueza como, por ejemplo, en Deuteronomio (VIII-18): «Acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza». En 1º Timoteo (V-8): «Si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe». En Mateo (V-3): «Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos», texto este último, que en todo caso está fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la perfección). En otras palabras, al que «no es rico a los ojos de Dios» (Lucas XII-21). Porque en ninguna fe occidental la riqueza material molesta a Dios. Lo que la fe vapulea es que se anteponga lo material a la solidaridad humana y al amor a la Divinidad.
En el sentido anterior, las cosas empiezan a tomar su derrotero. Maritain, en su libro True Humanism, escribe: «El liberalismo individualista era puramente energía negativa, vivía a expensas de su opuesto. Una vez que el obstáculo se derribó se quedó sin sustento. Así nos percatamos de manifestaciones de una fuerza más profunda debido a los conflictos internos del sistema capitalista e industrial». También: «Sostengo que el ideal histórico de mi nuevo cristianismo […] opuesto de aquel del liberalismo» y «que pertenece a un orden económico liberado del capitalismo», lo cual sigue elaborando bajo el subtítulo de «Un régimen conducente a la liquidación del capitalismo». A Maritain se le tildó en algún momento de socialista, pero como adelanté, Pío XI ya había consignado en la encíclica Quadragesimo Anno que el «Socialismo religioso o socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero».
Todo este modelo no era en realidad ningún socialismo cristiano y ya llegando terminando el desarrollo de estas ideas, lo interesante es que uno de los modelos políticos y económicos que mejor reflejó este ideario en el mundo y en aquella época, fue lo que algunos llaman la doctrina neoliberalista (cuya existencia académica se niega, pero que en nuestro país es una realidad material incontrastable hasta hace un par de años), que inspiró y se consagró en la concepción del Estado de nuestra actual Constitución.
La doctrina social de la iglesia propicia la redistribución de los ingresos por parte de los aparatos estatales, lo que fue concebido y puesto en práctica en Chile dibujando un estado algo más pequeño, subsidiario, servicial y redistributivo. Lo que en economía se define como economía social de libre mercado, en el cristianismo como doctrina social de la iglesia y a nivel filosófico, como humanismo cristiano; son conceptos que tienen matices desde las distintas áreas mencionadas del desarrollo intelectual, pero conllevan la idea de extirpación de las ideologías fundadas en actos expropiatorios tanto por parte del estado, como también de parte de los particulares, hechos que son asimilados a una vulneración a la proscrita conducta del mandamiento de “no robar”. Cuando Maritain refiere de alguna forma los actos expropiatorios, se omite esta comprensión que la verdad fluye bastante naturalmente de sus textos, con lo que lo real es que se critica tanto al salvaje capitalismo liberal como al marxismo, lo que deviene en el emprendimiento particular con una visión y orientación solidaria. Le guste o no a los académicos, eso puede llamarse perfectamente neoliberalismo, proto liberalismo o como se quiera. Pero cualquiera sea la designación que se emplee, se está describiendo el mismo sistema económico y político que tuvo su punto de partida en Rerum Novarum.
Así, en Rerum Novarum se lee que “[E]stamos en un problema debido a no haber ahondado en principios económicos elementales y así predicar medidas absolutamente contrarias a la sociedad libre, lo cual implica desconocer principios morales básicos, ya que se conculca el respeto recíproco al echar mano por la fuerza de lo que les pertenece a otros. Así se da por tierra con dos de los mandamientos: no robar y no codiciar los bienes ajenos, que aluden a la institución de la propiedad, comenzando por el propio cuerpo, y por el uso y la disposición de lo adquirido lícitamente”.
El 9 de mayo, asistimos a un pequeño saludo episcopal en el que más bien se percibió a un pastor que a un líder político. Pero a la luz de sus propias actuaciones y de lo que ha sostenido, es altamente probable ver en León XIV a un líder al que, desde su propia discrecionalidad, veremos cumplir el encargo “tomar la sartén por el mango”, como lo hizo sus antecesor León XIII, quien combatió las ideas marxistas nacidas en la revolución industrial con una fuerte crítica al capitalismo en estado salvaje, dando paso a la institucionalidad que se ve en casi todo occidente y desde luego en Chile.
Así como es su momento el diálogo (no con un contingente militar menor de respaldo) frenó a Atila, León XIII, fines del siglo XIX, tuvo la virtud y capacidad intelectual, a través de la doctrina social cristiana -tras denunciar las injusticias del mundo moderno invitando a luchar por una nueva sociedad distinta del liberalismo individualista y el socialismo marxista, a partir del mandato evangélico del amor al prójimo-, de imponer moralmente una forma de comprensión de la economía que en occidente es incontrastable, salvo lamentables excepciones. Ahora lo que nos toca es esperar de qué forma serán enfrentadas los actuales atilas y las nuevas rerum novarum por León XIV. Las soluciones morales que vendrán desde el sumo pontificado no las conocemos, aunque puede ser posible adelantarlas.
Creo haber sentado el punto de que existen antecedentes de que las encíclicas papales han quedado marcadas a fuego en la historia universal y en la institucionalidad chilena, desde luego. (Santiago, 13 de mayo de 2025)