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viernes 25 de abril de 2025

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Hipocresía y discriminación: Cuando la fe se convierte en exclusión.

En muchas iglesias, la hipocresía se ha institucionalizado. Se predica el amor, pero se practica la exclusión. Se habla de justicia, pero se protege a los poderosos. Se utiliza el nombre de Dios para justificar prejuicios personales, ignorando que la discriminación no solo es moralmente reprochable, sino que también puede constituir una falta legal.

La religión ha sido históricamente un refugio para los oprimidos, un espacio donde el amor y la justicia de Dios debían prevalecer sobre el juicio humano. Sin embargo, en muchas congregaciones, este principio se ha desvirtuado, transformando la fe en un instrumento de exclusión y control. Lo digo con conocimiento de causa, tras haber sido víctima de una discriminación disfrazada de piedad en una iglesia donde serví con sinceridad. Fui señalado, cuestionado y deshumanizado por mi orientación sexual. Se me negó mi dignidad con el argumento de que «tenía un espíritu», reduciendo mi existencia a una enfermedad o posesión demoníaca.

Mientras tanto, quienes realmente viven en una doble moral, ocultando prácticas contrarias a la fe que predican, siguen ocupando posiciones de liderazgo sin ser cuestionados. Este no es un caso aislado. En muchas iglesias, la hipocresía se ha institucionalizado. Se predica el amor, pero se practica la exclusión. Se habla de justicia, pero se protege a los poderosos. Se utiliza el nombre de Dios para justificar prejuicios personales, ignorando que la discriminación no solo es moralmente reprochable, sino que también puede constituir una falta legal.

En Chile, la Ley Zamudio protege a las personas de actos discriminatorios por orientación sexual u otras condiciones. Las iglesias, aunque sean instituciones privadas, no están exentas de responsabilidad cuando sus acciones afectan los derechos fundamentales de sus miembros. Existen precedentes en los que líderes religiosos han enfrentado consecuencias por incurrir en discursos de odio o prácticas discriminatorias.

Si la situación no se corrige y se sigue vulnerando la dignidad de las personas, la posibilidad de recurrir a instancias legales no debería descartarse. No se trata de un ataque a la fe, sino de un llamado a la coherencia y a la justicia. La verdadera espiritualidad no puede basarse en la exclusión ni en la manipulación.

Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿permitiremos que las iglesias continúen operando bajo estándares distintos a los que exigimos en cualquier otra institución? La discriminación, cuando se ampara en la religión, es aún más peligrosa, porque se reviste de supuesta autoridad divina. Pero Dios no es un cómplice del odio. Y la justicia, tarde o temprano, alcanza a todos.

 

Iván Esteban Henríquez Del Pino

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