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Encuesta CASEN 2017: radiografía a la inmigración en Chile.

LyD arguye que el fuerte crecimiento de la inmigración entre 2015 y 2017 da cuenta de la necesidad de avanzar en una institucionalidad adecuada, así como también en medidas que tiendan a una migración sustentable y ordenada.

6 de enero de 2019

En un reciente informe de Libertad y Desarrollo se da a conocer el informe “Encuesta CASEN 2017: radiografía a la inmigración en Chile”.
Sostiene que tal como ha ocurrido en otras partes del mundo, especialmente desarrollado, durante el último tiempo el tema de la inmigración ha surgido con mucha fuerza en nuestro país.
Ante un fenómeno como éste, sin embargo, es habitual, asegura LyD que el debate público sobrepondere prejuicios y percepciones que surgen de experiencias personales, lo que puede llevar a conclusiones apresuradas e incluso equivocadas.
Es por ello que en el presente documento busca realizar un aporte a la discusión en esta materia y revisa qué es lo que muestra la encuesta de caracterización socioeconómica (CASEN) del año 2017 respecto a la inmigración en el país.

AUMENTO EXPLOSIVO DE LA INMIGRACIÓN DESDE EL AÑO 2015

En primer lugar, señala Lyd, la encuesta CASEN arroja que -independiente de la nacionalidad un 4,4% de la población era inmigrante a fines del año 2017, es decir, nació en un país distinto al nuestro, en línea con lo que indica el Censo de ese mismo año.
Si bien esta proporción es todavía baja, llama la atención, dice, el crecimiento explosivo registrado desde la medición del año 2015, en la cual los inmigrantes alcanzaban apenas un 2,7% de la población viviendo en el país. Tal como se constata este crecimiento es el más alto desde que tenemos registros, lo que indica que se trata de un fenómeno más bien reciente y que además explica la importancia que ha adquirido este tema durante el último año.
Casi la mitad de los inmigrantes (47,8%) señala haber llegado en 2015 o después, mientras que 21,9% lo hizo entre 2010 y 2014.
En cuanto al país de nacimiento de los inmigrantes en Chile, muestra que el crecimiento más sustantivo lo experimentaron quienes provienen de Venezuela, que con un 24,2% del total, desplazaron a Perú como la principal nacionalidad de inmigrantes en Chile. Ello, explica, sin duda, se debe en parte a la crisis que se vive en ese país, que ha llevado a que en 2018 el número de refugiados y migrantes provenientes de Venezuela haya llegado a los tres millones en todo el mundo.
Los otros países que aumentaron de manera significativa su participación en la inmigración chilena fueron los haitianos, que con el 9,8% se ubicaron como el cuarto principal país de donde provienen nuestros inmigrantes, así como también los cubanos y colombianos. Como contrapartida, entre 2015 y 2017 se produjo una reducción en el porcentaje de peruanos, bolivianos y argentinos sobre el total de inmigrantes.
Por otro lado, expone LyD, al revisar la distribución de los inmigrantes por tramo de edad, vemos que se trata de una población más joven que la nacional. Así, por ejemplo, el 70,7% de los inmigrantes tiene entre 15 y 44 años y apenas un 4,8% tiene más de 60; en el caso de los nacidos en Chile, estos porcentajes son de 40,8% y 20%, respectivamente.
Ello es una buena señal, asegura, pues significa que la inmigración tiene el potencial de contrarrestar los efectos negativos sobre la población económicamente activa y del envejecimiento que vive la población chilena.

MAYOR ESCOLARIDAD Y PARTICIPACION LABORAL

A continuación, LyD indica que en relación a la educación, la población inmigrante tiene en promedio 13,2 años de escolaridad, por encima de los 11,1 años promedio de los nacidos en Chile.
Esta brecha a favor de los inmigrantes es válida para cada tramo, pero se amplía con la edad. Así, ejemplifica, si entre los menores de 30 años la diferencia es no significativa (13,2 y 13,1 años promedio), los extranjeros mayores de 45 años tienen 12,4 años de escolaridad promedio, muy por sobre los 9,5 de chilenos.
Asimismo, los datos dan cuenta que la población inmigrante en el país tiene una mayor participación laboral (81,3% versus 58,3% de los nacidos en Chile), así como una mayor tasa de ocupación (75,3% versus 53,7%).
Y no hay diferencias estadísticamente significativas entre extranjeros y nacionales que declaran tener contrato laboral (87,7% versus 85,7%), pero sí las hay, en cambio, en la adscripción a sistema previsional de salud, pues mientras un 15,8% de los no nacidos en Chile declara no estar afiliado, entre los chilenos dicho porcentaje llega apenas al 2,2%.
Con todo, asevera, dada la mayor actividad laboral y niveles de escolaridad, no debiera llamar la atención que en promedio los ingresos de los inmigrantes sean superiores al promedio de los nacidos en el país, lo que se traduce además en una participación proporcionalmente mayor en los deciles de más altos ingresos. Así, por ejemplo, un 24,3% de los extranjeros se ubica dentro del 20% de mayores ingresos del país (contra un 15,7% de la población nacional) y sólo un 11,5% entre el 20% más pobre (versus 21,7% de los chilenos).
Existen, dice LyD, no obstante, diferencias en función del país de origen. Se consideran los países con mayor presencia entre nuestra inmigración. Aquí se observa una relación positiva entre escolaridad y nivel de ingresos promedio, y que Argentina muestra los mejores indicadores en este sentido. En el caso de la población nacida en Venezuela, en cambio, los ingresos promedio son menores a lo esperado según su elevada escolaridad promedio, lo que podría explicarse por la urgencia con que han debido migrar debido a la situación que viven en su país. En el caso de los haitianos, otra de las naciones que ha experimentado un crecimiento importante en nuestra inmigración, vemos que tanto su nivel educativo como sus ingresos están bastante por debajo de los del resto de los países.

POBREZA E INMIGRACIÓN: APARENTES INCONSISTENCIAS

Luego, arguye LyD que una aparente inconsistencia con la información de la sección anterior, se encuentra al revisar las tasas de pobreza entre la población nacional y extranjera, pues a pesar de exhibir un mayor nivel educacional, mayor participación laboral y más altos ingresos del trabajo, la pobreza es más alta entre los inmigrantes que entre los nacidos en Chile.
En lo relativo a la pobreza por ingresos, ésta es de 10,8% entre la población extranjera y de 8,5% entre los chilenos. Y en pobreza multidimensional, estos porcentajes son de 24,6% y 20,5%, respectivamente.
La inconsistencia, explica, sin embargo, no es tal cuando se consideran las otras variables que afectan a estas mediciones. Lo primero tiene que ver con el cálculo de la pobreza por ingresos que, en lugar de construirse a partir de los ingresos autónomos, incorpora además el llamado alquiler imputado, que corresponde al valor de la vivienda de las familias que son propietarias de ella. Mientras más alto sea el valor de la vivienda, mayor el valor que se imputa como un ingreso adicional, mientras que si la familia no es propietaria de la vivienda que habita -como ocurre con la mayoría de los inmigrantes-, entonces no se imputa ingreso adicional alguno y su probabilidad de caer bajo la línea de la pobreza es más alta.
A saber: mientras un 62,9% de los jefes de hogar nacidos en Chile declaran ser dueños de la vivienda que habitan, este porcentaje es de sólo 7,2% para los no nacidos en Chile. Estos últimos, en cambio, viven mayoritariamente en viviendas arrendadas (82,8%) y un porcentaje importante no tiene contrato de arrendamiento (27,4%).
De igual forma, añade LyD, la situación de la vivienda afecta también al indicador de pobreza multidimensional, pues es en la dimensión de habitabilidad de la vivienda donde se registra una de las más altas brechas respecto a la población nacida en Chile (29% versus 18%). Asimismo, es en los indicadores de adscripción al sistema de salud, apoyo y participación social y de trato igualitario, donde los extranjeros exhiben un mayor porcentaje de carencia en comparación con los chilenos, y que -a pesar de la menor carencia en escolaridad- explican su mayor tasa de pobreza multidimensional
Así, LyD concluye que los datos de la CASEN 2017 muestran el aumento explosivo de la inmigración en los últimos años, así como el potencial positivo que ésta representa, en la medida que quienes han llegado a Chile exhiben un mayor nivel de escolaridad y una intención de incorporarse al mercado laboral y aportar a la economía nacional.
Pero, arguye, al tratarse de un alza muy abrupta que se concentra entre 2015 y 2017, se requiere un tiempo de ajuste para que la población inmigrante pueda alcanzar los estándares de vida acorde a su contribución al país. Mientras tanto, recomienda avanzar en una institucionalidad adecuada y en medidas para una migración sustentable, regulada y ordenada, dando un trato amable a quienes vienen a aportar al país, evitando un eventual rechazo entre la población local.
Por último, puntualiza LyD, la CASEN vuelve a demostrar que es una poderosa herramienta de política social al señalar que la población migrante es especialmente vulnerable en materia de salud y vivienda. Nuestras políticas sociales, recomienda, deben adaptarse a la nueva realidad si queremos que los extranjeros que vivan en Chile tengan un trato de igual dignidad al que tienen los nacidos en el país. Sin embargo, no se trata de una cuestión de mera voluntad, sino de tener lo adecuado para calzar el flujo migratorio con las posibilidades reales de nuestras políticas públicas de proveer las prestaciones sociales que esta nueva población demandará.

 

Vea texto íntegro del documento

 

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