Artículos de Opinión

Origen del covid-19 y sus consecuencias.

Esta desesperada lucha contra el Covid-19 ha hecho olvidar a los estados victimados, la evidente responsabilidad de sus creadores y difusores, cobardemente ocultos hasta ahora en el anonimato.

La historia que sigue se basa en vivencias personales, en datos comprobables y en el desarrollo de los acontecimientos en el 2020.

Esta historia comienza en el año 1976, año en que visitaba, como invitado por el gobierno, la China de Mao Tse Tung  y año en que falleció este reconocido líder.

En ese período inicial de la Nueva China –1949-1976– ya había concluido la desastrosa revolución cultural de los guardias rojos, en que se persiguió duramente a quienes resistían  a dicho movimiento y  –entre  éstos–  a Deng Siao Ping, a la esposa de Mao, Jiang Qing,  a Liu Siao Chi  y a otra figura cuyo nombre no recuerdo, motejadas peyorativamente por el gobierno como “la banda de los cuatro”.

A la muerte de Mao, estos opositores fueron liberados y Deng Siao Ping no sólo recuperó su liderazgo político sino que inició la más significativa y persistente transformación de China.

Hasta 1976, China fue un país agrícola que sólo utilizaba el esfuerzo humano en esta actividad. Nunca vi un tractor en el campo, ni siquiera para arar la tierra.  Vi cambiar el curso de un río, para generar electricidad, a chuzo, pala y carretilla. Se trataba de una agricultura de abastecimiento para alimentar al país más poblado del mundo.

La  industria había quedado en pañales después que los rusos –a raíz de un diferendo con Mao– abandonaran el país llevándose su maquinaria y su  tecnología.  Vi fábricas que intentaban reciclarse con los restos dejados por los rusos, con la experiencia ganada por sus trabajadores y con la creativa habilidad artesanal de los chinos.  Además, China se apoderó de todos los modelos industriales que podían obtenerse de buena o de mala manera; y así China  inició un acelerado crecimiento industrial que la llevó a producir desde la utilería doméstica  y la maquinaria pesada,  hasta la  bomba atómica.

Cinco años después –en 1981– cuando comenzaba a ser evidente el crecimiento educacional, industrial y bélico de China, se escribió en los EE.UU. una novela de aparente fantasía, titulada “THE  EYES  OF  DARKNESS”  (“Los  Ojos de la Oscuridad”).  Su autor, Dean Koontz, el 10-V-1981, publicó esta novela de 312 pgs.  en “Pocket  Books”.  Casi al final de ella y después de haber capturado el interés del lector el novelista relata que 20 años antes (1961) un científico chino, llamado Li Chen, se asiló en los Estados Unidos, portando un diskette con las nuevas armas biológicas más importantes y peligrosas descubiertas por China en una década.  Llamaron al material “Wuhan-400”; porque se desarrolló en los laboratorios de ADR en las afueras de la ciudad de Wuhan , y ésta fue la cepa viable N° 400 de microorganismos creados por el hombre en dicho centro de investigación.   Añade este Libro:

“Wuhan-400 es una arma perfecta.  Ella ataca solamente a seres humanos.  Ninguna otra criatura viviente puede transportarlo. Y como la sífilis, Wuhan-400 no puede sobrevivir fuera de un cuerpo humano vivo más allá de un minuto, lo cual significa que no puede contaminar permanentemente objetos o lugares enteros, a la manera que puede hacerlo el ántrax y otros microorganismos virulentos.  Y cuando el anfitrión expira, el Wuhan-400 dentro de  él perece poco después, tan pronto como la temperatura del cadáver desciende a menos de 86° Farenheit.   Los  medicamentos  y antibióticos conocidos serán completamente ineficaces contra esta enfermedad extremadamente contagiosa, similar a un hongo, y sus víctimas serán puestas en cuarentena hasta que se descubra que las bacterias pueden ser destruidas mediante alguna combinación de corriente eléctrica y calor extremo”.

“Alrededor de 2020, una enfermedad similar a una neumonía grave se propagará por todo el mundo atacando los pulmones y los bronquios y resistiendo todos los tratamientos conocidos.  Casi más desconcertante que la enfermedad en sí, será el hecho de que de repente desaparecerá tan rápidamente como llegó,  atacará nuevamente diez años después y luego desaparecerá por completo”.

El texto de esta aparente novela continúa describiendo los devastadores efectos que tendría el “Wuhan-400”  al atacar una ciudad o un país entero, no sólo por los daños directos en la vida humana sino también por los costos inconmensurables que exigirá la rehabilitación del lugar atacado.

El estilo narrativo del autor norteamericano, al describir un arma invisible y mortal, inventada 20 años antes de editar su libro, en un célebre laboratorio, que un chino traidor habría robado en un diskette  para entregarlo a la fuente informativa del escritor, también puede interpretarse como la forma retórica  de ocultar que  –por aquélla época–  el Pentágono, preocupado por el rápido desarrollo industrial de China y proyectándole una fecha referencial al futuro, es decir, al año 2020 –expresamente señalado en el libro– y previendo que ese desarrollo pudiera superar a su país poniendo fin a la supremacía mundial lograda por U.S.A., crearon el virus para sembrarlo, precisamente, en la fecha y lugar calculados, para que de allí se esparciera al resto de ese gran país con la finalidad de diezmar su población, detener y socavar tanto su desarrollo como su recuperación, culminando así con dicha arma mortal, la guerra económica que ya le habría declarado.

En sentido contrario, a nadie puede parecerle sensato –y el gobierno chino puede adolecer de defectos, excepto la insensatez–   que dicho gobierno planee desatar una pandemia de esa magnitud, en su propio país, para atacar  o contrarrestar la agresión económica de otra potencia ubicada al extremo opuesto del planeta.

En todo caso, la creación y la diseminación del Covid-19 constituye un crimen horrendo contra toda la humanidad y ha provocado una crisis que afecta gravemente su normal subsistencia.

No puedo olvidar aquí  lo que manifestó Albert Einstein sobre la crisis,  dijo:  “Sin  crisis no hay desafíos”, y añadió  que “la única crisis amenazadora es la tragedia de no querer luchar para superarla”.

Todos los países afectados no sólo estamos sufriendo los efectos mortales y devastadores de esta crisis, sino también estamos luchando para superarla.

Sin embargo, esta desesperada lucha contra el Covid-19 ha hecho olvidar a los estados victimados, la evidente responsabilidad de sus creadores y difusores,  cobardemente ocultos hasta ahora en el anonimato.

La Humanidad exige el castigo ejemplar de este crimen multitudinario.  Un crimen de esta pérfida naturaleza y de expansión mundial merece la mayor y más justa condena que pueda concebirse, tanto para los creadores del Covid-19 como para quienes cargan con la responsabilidad de su difusión por todo nuestro planeta, cualquiera sea su grado de participación en ella.

Uno o varios de los Estados afectados  por los efectos mortales de este virus –Chile, desde luego– debieran instar a la Organización de las Naciones Unidas para que la Asamblea General, haciendo uso de sus atribuciones relativas al mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, disponga que la Corte Internacional de Justicia –u otro organismo jurisdiccional competente que determine–  deberá individualizar al órgano creador de este virus y al Estado del cual dependa y determinar la sanción aplicable a todos quienes resulten culpables, así  como la obligación del Estado responsable de resarcir los daños ocasionados a los Estados afectados por el virus Covid-19  ([1]).

Y si la Asamblea General de la ONU no acogiera esta interpelación de Chile y de los demás Estados afectados que adhieran a ella, o el Consejo de Seguridad –o alguno de sus Miembros  Permanentes–  vetara el ejercicio de esta acción, habría  llegado el momento de retirarse de la ONU, porque –en esa eventualidad– estaría violando  su principal objetivo, que es “Mantener la paz y la seguridad internacionales”  (Artículos 1, 24.1 y 39 de la Carta),  preservar el imperio de la justicia (Art. 2.3); y además quedaría de manifiesto que la composición del Consejo de Seguridad y las atribuciones exorbitantes de sus Miembros Permanentes –como el derecho de veto: Arts. 23.1  y 27.3–  atentan en su base contra el Principio esencial de “la igualdad soberana de todos sus miembros”, proclamada en el Art. 2.1. de la Carta de las Naciones Unidas.

Entrego esta relación documentada y sus conclusiones a la decisión soberana del Gobierno de Chile, en la certidumbre de representar el dolor, el daño moral y los perjuicios  materiales sufridos por el pueblo chileno y por sus víctimas,  que bien merecen la justa reacción de su Gobierno y de los países hermanos que –por idénticas razones–  adhieran a ella ([2]). (Santiago, 8 septiembre 2020)

 

Profesor Dr. Lautaro Ríos Álvarezç

Prof. Emérito – Universidad de Valparaíso

[1] La  admisibilidad de la acción  propuesta, si ella se efectúa ante la ONU y la Corte Internacional de Justicia,  se desprende especialmente de los Arts. 1.1.,  2.3., 11.1.,  11.2. y  55 C)  de la Carta de la ONU y de los  Arts. 36.1,  38.1 letras a), b)  y c),  50,  59  y 60  del Estatuto de la Corte.

[2] El original de esta denuncia ha sido dirigida por su autor a S.E., el Presidente de la República, en virtud del derecho de petición consagrado en el Art. 19 N° 14 de la Constitución y del deber fundamental que le impone el Art. 22 inc. 2° de la misma.

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