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LyD dio a conocer 3 razones por las cuales no se debe eliminar el impuesto a los combustibles.

En días pasados, el investigador del Programa Económico del Instituto Libertad y Desarrollo, Francisco Klapp quiso hacerse parte de la discusión radicada en el Congreso Nacional en aras a eliminar o reducir el impuesto específico al combustible. (Véase relacionado) Recordó que si bien el origen del aludido gravamen  tenía relación con la creación de  infraestructura […]

12 de enero de 2012

En días pasados, el investigador del Programa Económico del Instituto Libertad y Desarrollo, Francisco Klapp quiso hacerse parte de la discusión radicada en el Congreso Nacional en aras a eliminar o reducir el impuesto específico al combustible. (Véase relacionado)

Recordó que si bien el origen del aludido gravamen  tenía relación con la creación de  infraestructura vial, para luego fundarse en una reconstrucción nacional  y  el aumento la recaudación gubernamental, estime que actualmente, “este tributo debiese jugar un rol  adicional y  distinto”.

En ese orden de ideas, es que propone desincentivar el consumo de combustible, encareciéndolo,  para que la demanda por  esta fuente contaminante de energía  esté dentro de los límites “óptimos” para nuestra sociedad, y así “combatir la externalidad  que el consumo de combustible vehicular genera”.

Las razones por las cuales considera un error que se elimine el gravamen son tres. La primera, en el entendido que dicho impuesto cumple los criterios de eficiencia y equidad, que especifica y son necesarios para juzgar la calidad de un impuesto. Segunda, que configura una fuente muy importante de recursos fiscales, que en el año 2010 recaudó cerca de US$ 2000 millones, por lo que “su eliminación generaría un problema no menor de sostenibilidad fiscal”.

Tercero, estima que “no es efectivo que se recaude más cuando suben los precios de los combustibles”, al no ser un “impuesto ad-valorem, como el IVA, sino un impuesto fijo por volumen de combustible”, sobre todo si combate y disminuye “la contaminación  -y en menor medida la congestión”, donde los aumentos en el precio realmente disminuyen el consumo.

Concluye que más allá de  “cuál sería el impuesto técnicamente adecuado  en cuanto su magnitud”, las diferencias existentes  entre   el impuesto al diesel y  a la bencina, parecen  al menos arbitrarias, injustas  y distorsionadoras, sobre todo si la externalidad que generan es muy  similar, por tanto fomentarla con un tratamiento especial para reducir su carga tributaria en desmedro de otras formas de transporte, es equivocado y “solo profundiza el problema”.

 

Vea texto íntegro de los argumentos.

 

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