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Imagen: Confilegal
El Senado era el foco principal de la "potestas" en la antigua Roma.
Opinión.

Tres formas de entender el poder en la antigua Roma: «Imperium», «auctoritas» y «potestas».

En aquella época era frecuente que los magistrados, o «potestas», recurrieran a los jurisconsultos, o auctoritas, a fin de interpretar los pasajes oscuros de la ley.

2 de enero de 2021

En una reciente publicación del medio español Confilegal se da a conocer el artículo «Tres formas de entender el poder en la antigua Roma: «Imperium», «auctoritas» y «potestas».

Se define el “imperium” como un poder absoluto propio de quienes tenían capacidad de mando, se trataba fundamentalmente, de los cónsules y los procónsules.

Luego estaba la “potestas” que era el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza.

Y, por último, existía la “auctoritas” que era un poder moral, basado en el reconocimiento o prestigio de una persona.

En los dos últimos conceptos, la «auctoritas» y la «potestas», descansaba en el equilibrio del Estado Romano.

La «auctoritas», significa literalmente significa autoridad; hace referencia a un poder no vinculante pero socialmente reconocido.

Era básicamente propiedad de los miembros del Senado y de los juristas, aquellos estudiosos o “sapientes” del Derecho, que en razón de su capacidad y reputación eran requeridos para interpretarlo.

Tenían la capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre un asunto. Aunque hay que aclarar que esa decisión no era vinculante legalmente, ni podía ser impuesta.

Por lo tanto, se explica en el texto, alguien investido de «auctoritas» era obedecido, no porque pudiera imponer sus decisiones, sino porque, en teoría, sus decisiones eran sabias y justas.

Por el contrario, la «potestas» era propia de los cargos nombrados y dependientes de la autoridad estatal, o lo que es lo mismo, del poder establecido. Sus decisiones eran obligatorias. Y no lo eran su bondad o corrección, como en el caso de los juristas, sino porque así lo decía la Ley.

En aquella época era frecuente que los magistrados, o «potestas», recurrieran a los jurisconsultos, o auctoritas, a fin de interpretar los pasajes oscuros de la ley.

Así se producía un equilibrio simbiótico entre ambos poderes asentado en la necesidad y beneficio mutuo.

Mientras los primeros consiguen la opinión de un experto y así dictar resoluciones con apego a la justicia, los segundos obtenían la oportunidad de conocer en la práctica casos reales a los que aplicar las fórmulas que en teoría han desarrollado.

A final, indica el texto, todo se simplifica en que la «potestas» es la ley, se basa en un poder que no se cuestiona, se tiene y se ejerce, mientras que la «auctoritas» no la concede la ley, se gana demostrando a los demás, a través del ejemplo y de la experiencia, que se es digno de respeto.

Y es que el hecho de tener poder para aplicar tu voluntad, no significa que otros vayan a aceptarla porque sí, a menos que ésta se administre por la fuerza.

 

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