Artículos de Opinión

Jenaro Prieto: Estado y Derecho.

El autor nos recuerda algunas de las ideas desarrolladas por Jenaro Prieto en sus columnas de opinión, publicadas en las décadas de los años 20`s y 30`s del Siglo XX, referidas al Estado y al Derecho.

Jenaro Prieto (1889-1946), célebre autor nacional, conocido especialmente por su libro “El Socio”[1], destacó, además, por sus columnas de opinión, publicadas en las décadas de los años 20`s y 30`s del siglo pasado, en las cuales efectuó agudas críticas al Estado y al Derecho.

Pues bien, en esta oportunidad, hemos querido destacar algunas de las ideas contenidas en ellas.

1.- Idiosincrasia nacional

En relación a la idiosincrasia chilena, Prieto nos señala que “El país es esencialmente belicoso y cada cual lucha contra alguien: El gobierno con los contribuyentes, los asalariados con los capitalistas, la autoridad local contra los árboles, y los servidores públicos tanto civiles como militares contra el presupuesto[2]; que “El gobierno tiene la teoría de que las constituciones hacen la felicidad, si no del pueblo, al menos de los gobiernos que los rigen[3]; y que “Cuando el Presidente resuelve ser emperador, decreta reformas constitucionales que tienden (…) a “proporcionar a cada habitante un mínimo de bienestar”[4].

Y agrega que “las estatuas cambian constantemente de colocación, y me admira que las familias de los próceres que se interesan por la estabilidad de sus antepasados, no consigan del Gobierno que los sujeten con cadena. A alguien le hice esta observación; le pareció muy atinada, y me dijo que con el tiempo habría próceres de “amarra”[5].

2.- Pugna político versus técnico

Sobre el gobierno y la administración, nos expone la sempiterna pugna entre el político y el técnico. Así nos señala que “El principio de la desorganización es el ministro y el de la organización es el técnico extranjero. El ministro y el experto combaten entre sí y a la larga triunfa siempre el inexperto, es decir, vence el ministro. Esta victoria se explica fácilmente, dadas las armas de los contendores. El experto combate con informes y el inexperto con decretos-leyes[6].

Idea esta última que enfatiza al describir un sueño que habría tenido y en el que, habiendo sido nombrado Ministro de Agricultura, dialoga con el entonces Ministro de Hacienda (Pablo Ramírez -quien fue, además, el primer Contralor General de la República-):

Me encontré sentado en una sillita de ruedas frente al bufete del Ministerio de Agricultura.

¿De Agricultura? –dije con espanto.

– Sí; a ti te toco ese, como a mí me tocó el de Hacienda.

¡Pero no sé una palabra!

– Tanto mejor. Así harás una política más nueva[7].

3.- Omnipresencia estatal

Igualmente, nuestro autor analiza críticamente un proyecto de ley que pretendía crear un órgano de la Administración que garantizara la buena alimentación a todos los chilenos (“Dirección General de Subsistencias”), y para lo cual este fijaría las “fórmulas o menús de alimentación racional”. Al respecto nos señala:

A medida que se nota la deficiencia del Estado para atender a sus deberes primordiales –mantener el orden, administrar justicia, etc.-, la humanidad se encarga de encomendarle funciones cada vez más complicadas.

Al Estado-policía, que mal que mal lograba asegurar la tranquilidad pública, ha seguido el Estado comerciante, el Estado industrial, el Estado-especulador en cambio, el Estado-estanquero, etc.

El Estado pesca, el Estado vende cigarrillos, el Estado negocia en letras, el Estado contrata seguros, y a veces, en sus ratos de ocio, compra imprentas y redacta periódicos.

Cuanto peor desempeña estas ocupaciones, con más entusiasmo y fe se le encomiendan otras.

No hay actividad humana en la que el Gobierno no meta su cuchara. Todo lo dirige, todo lo controla y todo lo complica[8].

Asimismo, cuestiona la intervención del Estado en la economía, especialmente al pretender dirigirla. Al respecto nos señala que “La economía dirigida, la intervención del Estado hasta en la sopa, la burocracia, las leyes sociales para mantenerlas y la fijación de precios, son cosas que no requieren recomendación[9].

4.- Empresas estatales

Prieto también dedica líneas a las empresas públicas, y en específico a la Empresa de Ferrocarriles del Estado, describiendo irónicamente, por una parte, actividades que aquella realizaba fuera de su giro, y por otra, la negligencia en la ejecución de las actividades que le eran propias. Al respecto nos señala:

En Chile pasa lo contrario: los Ferrocarriles edifican hoteles desde el mar a la montaña; reciben comisiones, compran boletos de lotería; ofrecen a los viajeros cheques, choques, damas de compañía y toda clase de entretenimientos y comodidades, menos trenes. (…)

Así se han visto publicados con profusión, en estos días, grandes avisos de la Empresa que, al dar cuenta de supresión de nuevos trenes dicen textualmente:

“Esta medida tendrá que ocasionar graves molestias al público, porque la disminución de trenes hará que los que han podido quedar en servicio sean insuficientes para la movilización y seguramente en más de una ocasión quedarán pasajeros sin poder viajar, aparte de los muchos que deberán viajar de pie”.

Por cierto, que es una piadosa prevención, porque, dada la frecuencia de choques y accidentes ferroviarios, lo probable es que los pasajeros no retornen. Hasta se ha insinuado la idea de que las boleterías no expidan ya boletos de ida y vuelta por ser el segundo de escasa utilidad para el cadáver; pero por muy caritativos que sean los sentimientos que inspiran tales anuncios, no cabe duda de que otra empresa ferroviaria más afecta a los caducos métodos de propaganda –como diría el Ministro del Interior- habría encontrado, acaso, formas de redacción más tentadoras.

Verbigracia:

¿Quiere usted irse al cielo, sin pasar por los lentos y engorrosos trámites de la agonía a domicilio?”  

 “Tome usted un boleto de los Ferrocarriles del Estado””[10].

5.- Avidez estatal

En otro orden de cosas, expone la avidez del Estado por obtener ingresos. Al efecto, analiza irónicamente un proyecto de ley que pretendía declarar al Estado como heredero (en la calidad de hijo) de todo aquél que fuera declarado insano. Así, destaca el incentivo perverso que ello importaría, ya que a mayor cantidad de insanos, mayor serían los ingresos del Estado, y con ello el progreso nacional. Al respecto nos señala:

El gobierno, por lo demás, según se ha dicho, ha tenido buen cuidado de dejar plenamente establecido en sus disposiciones generales sobre herencias, que sólo pueden heredar los descendientes legítimos. En los casos de interdicción, se entenderá, pues, que el Estado es hijo legítimo de los dementes.

Cuanto más sean estos últimos, tanto más rico será el Fisco.

Hay, como se ve, un interés social en que los locos aumenten.

Otros países podrán jactarse de la cordura y buen sentido de su pueblo; nosotros cuando oigamos tales cosas, nos sonreímos con desprecio: –¿Desdichadas naciones! –pensaremos- ¡Con tan escaso número de insanos sus finanzas deben marchar de un modo desastroso!

¡Con qué orgullo detendremos en la calle a los turistas para enseñarles las estadísticas de la Casa de Orates!

– Observen, ustedes, cómo progresa la nación- le diremos- Chile tiene este año, tres mil dementes más que el anterior. ¿Se dan cuenta exacta ustedes, de la riqueza que esto significa? Los cuerdos no valen nada, porque no tienen un centavo y no pueden pagar contribuciones; pero los locos. ¡los locos son una fuente inagotable de recursos![11].

6.- Revoluciones

Finalmente, nuestro autor se refiere a las revoluciones. Describiendo la proclividad de Chile a ellas, se pregunta irónicamente si no sería conveniente institucionalizarlas, a fin de que, en el esquema burocrático, se planifiquen, y sean así eficaces y eficientes; y al menos, no lesionen en exceso la economía nacional. Al respecto nos señala:

Puesto que las revoluciones no pueden evitarse, ni hay interés en ello, vale la pena ir pensando en su racionalización.

Que sean económicas, expeditas y no excesivamente dañinas para la economía nacional es el máximum que podemos exigir. (…)

Ahora bien, ya que la mayoría de los revolucionarios es sostenida por el propio Estado, lo natural sería organizarla como un servicio público cualquiera.

Así, el dinero que se gasta en mantenerlos, se aprovecharía mejor y se daría a la revolución un ritmo más armónico con las demás actividades nacionales. (…)

¿Por qué no reglamentar, a lo menos, en sus líneas generales, estas actividades subversivas?

(…), se podría, perfectamente, organizar una Dirección General de Revoluciones y hasta un ministerio si fuere necesario[12].

En suma, a la luz de tales ideas contenidas en columnas de opinión de Jenaro Prieto, bien podemos entender las palabras de Joaquín Edwards Bello: “La ironía es una forma de dolor. (…) Este Jenaro Prieto tiene también en el fondo de su alma un gran idealismo que se define y esparce en sátira fina como polvillo de oro[13]; y las de Lautaro García: “Defendió con ardor sus creencias y sus doctrinas y llevado por su temperamento, ese ardor se transformó siempre en ironía y humorismo, disolviéndose por último en risa[14]. (Santiago, 10 de marzo de 2024)

 

[1] Prieto, Jenaro, El Socio, Sociedad Chilena de Ediciones, Santiago, 1928.

[2] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 22.

[3] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 24.

[4] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 23.

[5] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 25.

[6] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 22.

[7] Prieto, Jenaro, Con sordina, Editorial Nascimiento, Santiago, 1931, p. 34.

[8] Prieto, Jenaro, Humo de Pipa, Editorial Pacífico, Santiago, 1955, p. 127.

[9] Prieto, Jenaro, Humo de Pipa, Editorial Pacífico, Santiago, 1955, pp. 174-175.

[10] Prieto, Jenaro, Humo de Pipa, Editorial Pacífico, Santiago, 1955, pp. 238-239.

[11] Prieto, Jenaro, Humo de Pipa, Editorial Pacífico, Santiago, 1955, pp. 134-135.

[12] Prieto, Jenaro, Humo de Pipa, Editorial Pacífico, Santiago, 1955, pp. 205-206.

[13] Edwards Bello, Joaquín, “Estas crónicas”, en: Prieto, Jenaro, Pluma en Ristre, Imprenta Chile, Santiago, 1925, p. vi

[14] García, Lautaro, “Evocación de Jenaro Prieto”, en: El Diario Ilustrado, domingo 1º de febrero de 1948.

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