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Reportaje.

A propósito de Estados Unidos y la crisis institucional en Venezuela.

A largo plazo la única forma que tiene el gobierno de Trump de volver a poner a Venezuela bajo su influencia la constituye un cambio de régimen político.

10 de abril de 2019

Alexis Ramírez*

 

En las últimas semanas la crisis institucional en Venezuela ha alcanzado un nivel crítico con la disputa acerca de la legitimidad del Poder Ejecutivo. Esta crisis data del año 2016, cuando el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) ordenó la desincorporación de tres diputados opositores de la Asamblea Nacional (AN), sin los cuales la oposición perdía su mayoría. Ante el no acatamiento de dicha orden, el TSJ declaró que asumía las funciones de la AN, lo que motivó una serie de protestas a lo largo del país. La respuesta del gobierno fue convocar a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la que fue dotada de poderes plenipotenciarios respecto a los poderes del estado establecidos. Así, los actores principales de la crisis política venezolana son: el gobierno de Nicolás Maduro, reelecto en unas elecciones convocadas por la ANC, la propia ANC y el TSJ, por una parte; y por otra, la AN controlada por la oposición. La reelección de Maduro fue declarada ilegal por la AN, la cual procedió a nombrar a su presidente, Juan Guaidó, como presidente interino, invocando los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución venezolana.

 

Sin perjuicio de lo anterior, la crisis institucional venezolana dista de ser una mera cuestión interna, como lo muestra los diversos apoyos internacionales que han recibido cada una de las partes: la presidencia interina de Guaidó es reconocida por Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá, la Unión Europea y la mayor parte de Latinoamerica, entre otros países; en tanto, la presidencia de Maduro es respaldada por China, Rusia, Turquía, Irán, Bolivia, Uruguay, entre otros.

 

Breve historia de la relación entre Estados Unidos y Venezuela

 

Ahora bien, ¿por qué el gobierno de Donald Trump ha decidido tomar un papel activo en apoyar a Juan Guaidó? Una primera aproximación exige revisar la historia de la relación entre los Estados Unidos y Venezuela. El primer antecedente lo constituye la intervención del Imperio Británico, el Imperio Alemán y el Reino de Italia en 1902. Ante el anuncio de la suspensión temporal del pago de la deuda externa por parte del gobierno de Cipriano Castro (quien enfrentaba una guerra civil), dichas potencias europeas bloquearon la costa venezolana entre diciembre de 1902 y febrero de 1903 exigiendo el pago inmediato de las deudas contraídas por gobiernos anteriores. Si bien en un primer momento Estados Unidos se involucró directamente en el conflicto, finalmente terminó actuando como intermediario en las negociaciones que permitieron poner término al bloqueo. El papel de Estados Unidos se correspondió con el planteamiento original de la Doctrina Monroe: evitar la intervención de potencias europeas en el continente americano.

 

A la postre, Venezuela pasó a quedar bajo la esfera de influencia norteamericana durante el siglo XX. Así, mientras durante la Guerra Fría otros países latinoamericanos quedaron bajo la esfera soviética (Cuba), o la amenaza de que ello ocurriera impulsó a Estados Unidos a apoyar la instauración de dictaduras militares (Brasil, Chile), Venezuela constituyó una excepción. Luego de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jimenez (1952-1959), de corte anticomunista y apoyada por Estados Unidos, Acción Democrática, el COPEI y la Unión Republicana Democrática (URD) firmaron el Pacto de Puntofijo, que permitieron el retorno de la democracia pero excluyeron al Partido Comunista. Así, bajo el gobierno de unidad nacional de Rómulo Betancourt se estableció como política exterior el rechazo de gobiernos no democráticos, manteniendo las buenas relaciones con el gobierno norteamericano y rompiendo relaciones con el gobierno de Fidel Castro en Cuba (lo que motivó el retiro de la URD del pacto). Como consecuencia, se estableció un bipartidismo entre Acción Democrática y el COPEI, que gobernaron alternativamente durante más de treinta años, el cual gozó de la simpatía norteamericana y a la vez fue una verdadera democracia ejemplar en la región, recibiendo a una cantidad importante de exiliados por las dictaduras militares latinoamericanas.

 

La revolución bolivariana y Estados Unidos

 

La elección de Hugo Chávez como presidente en 1998 marcó un punto de inflexión en las relaciones Estados Unidos – Venezuela. La Revolución Bolivariana de Chávez progresivamente fue asumiendo una postura antiimperialista, acercándose a otros países petroleros   (entre ellos Irak, entonces gobernada por Saddam Hussein) y a Cuba. El rechazo de Chávez a la intervención militar estadounidense en Afganistán y el intento de golpe de estado en contra del gobierno de Chávez el año 2002 (respecto del cual se alegó que fue patrocinado por Estados Unidos) marcaron el distanciamiento definitivo entre el gobierno bolivariano y el gobierno del entonces presidente George W. Bush.

 

El distanciamiento entre el gobierno chavista y los Estados Unidos se convirtió en una lucha geopolítica por la hegemonía en la región. La integración de Venezuela al Mercosur y la creación de la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Petróleo del Caribe (Petrocaribe) reflejaron los esfuerzos por parte del gobierno de Chávez para generar espacios económicos y políticos libres de influencia norteamericana (y en el caso del ALBA, con plena adherencia a los postulados del denominado socialismo del siglo XXI); a diferencia de otras organizaciones como la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), impulsadas por Estados Unidos. A ello se sumó la creación del canal de televisión multiestatal Telesur. La elección de otros gobiernos de izquierda en Argentina (2004), Uruguay (2004), Nicaragua (2006), Ecuador (2006) y Bolivia (2006) posibilitó la formación de un bloque antiestadounidense en la región. Asimismo, clave en la política antiimperialista bolivariana fue la estrecha relación que se formó con el gobierno cubano, que había permanecido aislado económica e ideológicamente desde la caída de la Unión Soviética debido al bloqueo económico impuesto desde los Estados Unidos. Por último, no puede dejar de mencionarse el fortalecimiento de las relaciones comerciales y militares con Rusia y China, que dan cuenta de un vuelco respecto a la histórica alianza con los Estados Unidos a la que se hizo referencia.

 

Paradójicamente, la tensa relación entre el régimen bolivariano y los Estados Unidos no se traduce en términos comerciales. Según datos del Observatorio de Complejidad Económica, Estados Unidos ha sido el principal destino de las exportaciones venezolanas. Entre los años 2000 y 2017, Venezuela exportó un total de 140 mil millones de dólares a los Estados Unidos, de los cuales 12 mil millones corresponden a petróleo, pasando de constituir un 64% a un 42% del total de las exportaciones. A ello cabe agregar que, según cifras del gobierno norteamericano, en el periodo señalado Estados Unidos importó un total de 7 mil 590 millones 179 mil barriles de petróleo, ya sea crudo, refinado o sus derivados; cabe destacar que sin perjuicio de ello la importación ha ido disminuyendo sostenidamente, pasando de 565 millones 860 mil barriles de petróleo el año 2000 a 245 millones 980 mil barriles de petróleo el año 2017. Por su parte, en el periodo señalado Venezuela ha importado desde los Estados Unidos un total de 461 mil millones de dólares, de los cuales 436 mil millones corresponden a petróleo crudo, constituyendo un 37% del total de las exportaciones.

 

Situación actual

 

El escenario actual puede ser interpretado de varias maneras. Más allá de considerar que las acciones de Juan Guaidó constituyen una intervención imperialista del gobierno norteamericano o bien un avance hacia el retorno de la democracia en Venezuela, como sostienen partidarios y opositores del gobierno de Maduro respectivamente, lo cierto es que está en juego el equilibrio geopolítico en la región. Para el gobierno de Trump, la eventual caída del gobierno bolivariano permitiría reasentar su hegemonía en Latinoamérica, la que se ha visto fortalecida en los últimos años con la asunción de gobiernos de derecha en Argentina (2015), Brazil (2016) y Chile (2018). Por otra parte, los apoyos internacionales que ha recibido el gobierno madurista son principalmente los aliados que aún conserva del ex bloque bolivariano (Bolivia, Cuba y Nicaragua), países abiertamente contrarios a las políticas internacionales norteamericanas (Irán, Corea del Norte), China y Rusia. Son estas dos últimas las que constituyen el mayor aliciente para entender la postura de Estados Unidos. No pareciera que el gobierno de Trump se decida por una intervención militar activa en Venezuela, dadas las condiciones actuales en que no existe claridad respecto a qué bando prevalecerá en Venezuela. Sin embargo, es evidente que Estados Unidos buscará evitar que Venezuela caiga bajo la esfera de influencia de alguna potencia enemiga, un riesgo que se ha vuelto patente dado el apoyo militar que ha brindado Rusia en las últimas semanas. En ese sentido, a largo plazo la única forma que tiene el gobierno de Trump de volver a poner a Venezuela bajo su influencia la constituye un cambio de régimen político, lo que permite auspiciar que el país norteamericano aprovechará cualquier oportunidad que se presente para ello.

 

 

 

 

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* Investigador del Centro de Estudios Constitucionales y Administrativos de la Universidad Mayor.

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