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Opinión.

«Benito Mussolini, un «pionero del poliamor» del siglo XX: Mantuvo relaciones sexuales con 7.665 mujeres», por Carlos Berbell.

Mussolini, es justo decirlo, fue el “sex simbol” de los italianos. A las mujeres su sola presencia les seducía. “El Duce me esperaba”, relata la periodista Cecil Sorel, una de las muchas féminas que sintieron la “magia” del “Duce”.

15 de agosto de 2021

En una reciente publicación de medio español Confilegal se da a conocer el artículo «Benito Mussolini, un «pionero del poliamor» del siglo XX: Mantuvo relaciones sexuales con 7.665 mujeres», por Carlos Berbell, director de este medio. (*)

El poliamor viene siendo definido en nuestros días como la relación amorosa o sexual que se mantiene entre más de dos personas con el consentimiento y el conocimiento de todas ellas.

En este sentido Benito Mussolini, quien fuera primer ministro italiano entre 1922 y 1943, fue, sin duda alguna, un avanzado a su tiempo. En esos 21 años mantuvo relaciones con 7.665 mujeres. Con el conocimiento, incluso, de su esposa, Rachele Mussolini.

No es un cálculo aleatorio sino que se basa en el testimonio del hombre que estuvo junto a él durante todo ese período: Quinto Navarra, el mayordomo del “Duce” (líder), como se le llamaba popularmente al líder fascista italiano.

Según Navarra, Mussolini tenía la costumbre de tener relaciones, al menos, con “una mujer al día”. Era un semental.

¿Cómo elegía Mussolini a sus mujeres?

A través de los centenares de cartas de amor que todos los días le llegaban a su secretaría de los cuatro confines de Italia.

Las misivas, entonces, eran clasificadas en dos archivos diferentes.

El primero se llamaba “Cartas de mujeres nuevas” y el segundo “Cartas de mujeres conocidas”. Estas últimas nunca se abrían.

De las otras se hacía una clasificación y se ordenaba a la policía que hiciera una investigación en torno a las candidatas que se ofrecían de forma subrepticia o abiertamente para conocer las implicaciones políticas que pudieran derivarse de la relación.

Una vez que la policía presentaba su informe positivo se le mostraba a Mussolini la foto de la mujer, junto con otras muchas, para que eligiera las que más le gustaban. Luego se las citaba elegantemente.

“Tenía una contabilidad exacta sobre su agenda de mesa de las visitantes periódicas y para las visitas nuevas la hora de la audiencia era fijada al minuto. En algunas ocasiones, sin embargo, alguna mujer más favorecida que las otras aparecía de improviso y él… que esperaba a otra, decía: ‘Está bien, pero ten en cuenta que tendrás que hacer un poco de antecámara’. Sabía ser brutal, desgarbado, violento, iniciar el coloquio con blasfemias y palabrotas. (…) También sabía ser tierno, acariciante, absolutamente paternal. Pero lo curioso es que no estaba nunca del mismo humor durante la duración del encuentro. Si al comienzo era brusco y vulgar, al final era todo dulce, y viceversa. No era el amante silencioso y educado: durante el tiempo que tenía a la mujer en sus brazos, gritaba, se desgañitaba. (…) No le gustaban ni las dudas ni los desmayos. No usaba perfumes, solamente grandes lavatorios de agua de colonia; pero los buscaba en la mujer… De pronto se levantaba y hasta cogía un violín y le interpretaba a la amada una bella sonatina”, relató Navarra.

El escenario de sus seducciones siempre era el mismo: la sala Mapamundi del Palacio Venezia de Roma, sede de la Presidencia del Gobierno italiano.

Allí, sobre un banco de mármol cubierto de terciopelos tenían lugar los encuentros.

Tenía tres tipos de mujeres preferidas: las matronas, las maestras y las intelectuales.

A muchas de ellas las despedía con un libro dedicado y algo de dinero en su interior.

¿Cuántos hijos ilegítimos tuvo Mussolini en el período en que estuvo en el poder por estas copulaciones? 

Sería imposible saberlo porque no existe ningún tipo de registro, pero no sería osado asegurar que sus genes están hoy más repartidos entre la población italiana que los de cualquier otro estadista de su época o de cualquier otra, exceptuando Julio César.

A la vista de estos cálculos –que no tienen en cuenta el número de relaciones anteriores a 1922, que debieron de ser bastantes– el gran seductor de la historia, por antonomasia, Giacomo Cassanova, queda como un mero aficionado en la comparación con Mussolini.

Cassanova, de acuerdo con su propia confesión, se acostó con 122 mujeres en treinta y nueve años.

O sea, 7.443 mujeres menos que Mussolini, invirtiendo en ello dieciocho años más de tiempo que el dictador.

Y eso que en la cifra arriba expuesta no se han incluido las amantes ocasionales y las amigas que, al margen, del coito diario, se acostaron con él mientras fue primer ministro.

EL SEX SIMBOL DE ITALIA

Mussolini, es justo decirlo, fue el “sex simbol” de los italianos. A las mujeres su sola presencia les seducía. “El Duce me esperaba”, relata la periodista Cecil Sorel, una de las muchas féminas que sintieron la “magia” del “Duce”.

“En la inmensa sala, casi religiosa, no vi otra cosa, al principio, más que sus ojos. Brillaban y quemaban con un fuego interior que revelaba una voluntad indomable, la certeza absoluta del triunfo. Apenas había comenzado a hablarme y a escucharme cuando estaba apasionada con el estudio de su rostro. Él es mil hombres a la vez y mil hombres están en él, que difícilmente domina y de los que no se libera más que con un gesto desdeñoso de la boca y una acrobacia de la voluntad que finaliza en un estallido de risa. La sonrisa de Mussolini es la cosa más fascinante del mundo”, contó Sorel.

El dictador fascista italiano era una máquina de fornicar.

En una ocasión dijo que “a una mujer no se la puede amar profundamente más de tres meses”. Sin embargo, fue un hombre que tuvo amantes estables, que se casó, formó una familia y tuvo hijos. En este aspecto era un típico burgués.

La familia era “sagrada”.

Su esposa, Rachele Mussolini, siempre estuvo por encima del bien y del mal. Cuando le hablaba Mussolini éste escuchaba con atención porque siempre le decía la verdad.

Fueron novios desde 1909 hasta 1915, fecha en que contrajeron matrimonio civil; en 1924 lo hicieron por la Iglesia. Tuvieron cinco hijos: Edda, Vittorio, Bruno, Romano y Anna Maria.

Por supuesto que Rachele Mussolini sabía que su marido le era infiel con todo tipo de mujer que le gustara y se pusiera a tiro, pero hacía una clara discriminación entre el amor que sentía por ella y el deseo carnal que le provocaban el resto de las mujeres.

“Yo creo que él nunca ha perdido la cabeza. Cuando le gustaba a alguna mujer o, recíprocamente, la unión era violenta, impetuosa, pero corta. Después Mussolini no se preocupaba más de la mujer que había tenido en sus brazos”, cuenta la esposa del “Duce” en su libro “Mussolini sin máscara”.

Y no se equivocaba.

Las mujeres fueron para Mussolini el mejor bastón de apoyo en su lucha por alcanzar el poder.

Con algunas, como Leda Rafanelli, una anarquista árabe con la que mantuvo unas intensas relaciones sexuales, proyectó las acciones de reforma social, que fueron la piedra angular de su política.

Otras, como Margherita Sarfatti, una rica judía casada con un afamado abogado milanés, Cesare Sarfatti, le enseñaron buenos modales, refinaron su espíritu, sus trajes, su lenguaje y su modo de presentarse.

A pesar de estar felizmente casada y con dos hijos, abandonó a su familia y se convirtió en su amante en 1919, el año en que se fundó el partido fascista.

Margherita Sarfatti fue, además, su introductora en el mundo de la gran burguesía. Para ella no fue difícil ya que tenía en su casa un famoso salón político y literario al que asistían los personajes más influyentes del momento.

A Margherita y a Mussolini les unía también su pasión por lo teatral. A veces pasaban juntos fines de semana o pequeñas vacaciones en puntos alejados de sus residencias habituales. Pero toda relación que comenzaba llegaba a su fin, y Margherita no fue una excepción.

Debido a su carácter, Mussolini no se libró de las relaciones tempestuosas, como la que mantuvo con Ida Dalser, que era dueña de un salón de estética femenina llamado “Salón Orienta de Higiene y Belleza” en Milán.

En 1915 le dio un hijo que bautizó con el nombre de Benito, lo cual suponía una ostentación desaforada. Ida Dalser tenía muy claro qué era lo que quería: casarse con Mussolini.

Era pura dinamita a punto de estallar. El futuro dictador le hizo toda clase de promesas, que no cumplió. Al final, la Dalser se volvió loca y fue encerrada en un manicomio.

NO IMPORTABA QUE FUERA SOLTERA, CASADA O VIUDA 

Su primera relación sexual fue con una joven de nombre Virginia B., a la que avasalló en la escalera de su casa. La joven aparentó indignarse porque le “había robado el honor”.

Resultó ser una protesta con la boca pequeña porque durante los tres meses siguientes –según el propio Mussolini– se amaron “poco con el alma y bastante con el cuerpo”.

A Mussolini le importaba poco que la mujer estuviera soltera, casada o viuda, si le gustaba. Cuando fue de maestro en Gualteri, un pueblo no muy lejos de Parma, al norte de Italia, se enamoró de una mujer casada llamada Giulia, la cual abandonó a su esposo y se fue a vivir con él.

Fue un amor de dinamita con fecha de caducidad.

Finalmente la abandonó para emigrar a Suiza. El escándalo consiguiente fue mayúsculo. Pero esta es la tónica en la vida de Mussolini.

Era como un gato, un animal al que adoraba. Estaba con quien quería estar pero no era un esclavo de nadie, y menos de la mujer -su esposa y su familia siempre estuvieron al margen de su devenir personal, incluso de su trágico fin-.

Mussolini era también, y por encima de todo, un sentimental. Podía ser brusco, pero cuando le tocaban el registro de las emociones quedaba atrapado. Su amante más permanente, Claretta Petacci lo conocía a la perfección desde 1930, cuando comenzó su relación con él.

Esta pasó por varias etapas de pasión y enfriamiento, hasta 1943.

Entonces Mussolini se cansó se ella y trató de romper con ella con una simple frase: “Considero terminado el ciclo”.

Claretta Petacci apeló a las lágrimas, al recuerdo de los años vividos, al amor… Y Mussolini se rindió, si bien le impuso una condición: que admitiera compartirlo con su amante del momento: Angela Curti, hija de un compañero del partido.

“Si no me quieres ver más durante el día para no dar escándalo en estos momentos, iré por la noche a verte; me bastan unos pocos minutos para verte y abrazarte”.

Mussolini fue depuesto por el rey Victor Manuel III y detenido, a propuesta del Gran Consejo Fascista, el 25 de julio de 1943, debido al desastre militar italiano en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, el “Duce” fue rescatado el 12 de septiembre por las tropas alemanas y llevado al norte de Italia, donde Adolf Hitler creó para Mussolini la llamada República de Saló. Mientras, el nuevo Gobierno italiano, firmaba un armisticio y declaraba la guerra a Alemania.

Era una cuestión de tiempo que la nueva república cayera como un castillo de naipes ante el avance aliado.

Los alemanes, sus antiguos aliados, lo dejaron a su suerte y Mussolini intentó salvarse huyendo a Suiza, aún a sabiendas de que había pocas posibilidades de éxito.

Le hubiera gustado encarar esos cruciales momentos en solitario, por aquello de la posteridad y el sentido teatral de la historia, pero Claretta Petacci se lo impidió.

La mujer pudo salvar su vida pero eligió morir a su lado el 28 de abril de 1945, encarando junto a su amado al pelotón de fusilamiento que mandaba el coronel Valerio.

No pudo encontrar una mayor prueba de amor. Pocos hombres en la historia han despertado este tipo de pasión entre las mujeres. Y es que hay pasiones que matan.

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(*) Periodista, consultor internacional en comunicación y escritor, está especializado en el campo de la justicia, la investigación criminal y la comunicación institucional. Este texto forma parte del libro «Los más influyentes amantes de la historia», del que es autor Carlos Berbell. Fue publicado por Ediciones Rueda J.M., S.A.

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