Artículos de Opinión

La apuesta Israel-Emiratos Árabes-Estados Unidos.

Entre los objetivos del acuerdo, se contemplan varios convenios bilaterales en inversión, turismo, vuelos directos, seguridad, telecomunicaciones, tecnología, energía, salud, cultura, medio ambiente, y amplia cooperación.

El denominado “Acuerdo de Abraham”, en consideración al Padre de las tres religiones de los participantes, ha sido audaz y sorpresivo. Había acercamientos informales entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, y algunas iniciativas formaban parte del plan de enero, de Trump, para la paz en Medio Oriente. Nada trascendió, y el plan, se consideró una idea más para revitalizar su reelección. Al acordarse, objetivamente resulta positivo, si bien los obstáculos siguen siendo enormes, y las voces contrarias no se han hecho esperar. Nada extraño en esa región dividida ancestralmente, y tan estratégica para los demás.

Israel sigue bajo la conducción del Primer Ministro Benjamín Netanyahu, luego de una década, aunque sólo hasta noviembre de 2021, según el acuerdo de mayo de este año con el Likud, nacionalista y religioso, en que gobernará el actual Primer Ministro Alterno, Benny Gantz. Un gobierno con plazo fijo, pues no fue posible alcanzar las mayorías requeridas en tres elecciones. Es la única democracia parlamentaria de la región, y hay acusaciones pendientes sobre Netanyahu. Una situación interna frágil, con una precaria coalición que cualquier imprevisto podría romper. Netanyahu, renuncia temporalmente a las anexiones en Cisjordania. Gantz, enfatiza lo provisorio. Puede serles muy útil, pero debe evidenciarse, pues no hay confianza en el mundo árabe.

Los Emiratos Árabes Unidos, es la única Unión de Estados vigente desde 1971. Agrupa siete emiratos independientes en la península árabe, en el sector más angosto del hoy conflictivo Golfo Pérsico, así llamado por Irán o árabe para ellos, y donde ocurren repetidos actos de hostilidad recíprocos, siendo vía indispensable para el transporte petrolero. Integran la Monarquía Federal elegida por cinco años, Abu Dhabi, Ajmán, Dubai, Fajairah, Ras Al-Khaimah, Sharjah, y Umm Al-Quwain. Dejaron de integrarlo, Catar y Barein, aunque mantienen estrechos vínculos. Son inmensamente ricos, no sólo en gas y petróleo, sino por una economía abierta a las inversiones y los negocios, sin limitaciones, y que les ha permitido uno de los desarrollos económicos y urbanísticos más acelerados del mundo. Baste recordar que a varios arquitectos de fama mundial (entre ellos el chileno Borja Huidobro), se les ofreció realizar el proyecto que quisieran, y fueron financiados íntegramente. Preside los EAU, el Jeque Jalifa bin Zayed Al-Nahayan (Abu Dhabi), y el Vicepresidente y Primer Ministro, es el Sheik, Mohammed bin Rashid Al Maktoum (Dubai) desde julio 2020. Ha consentido el acuerdo, el Príncipe heredero, Mohammed bin Zayed (Abu Dhabi).

El tercero, es Estados Unidos, y Trump se ha apresurado en calificarlo de trascendente e histórico, pese a los desafíos, por los beneficios recíprocos para sus partes, en medio de una dura campaña electoral donde busca su reelección el 3 de noviembre. No hay certeza de que incidirá en ella, o se apreciará ser otra aventura llamativa, como con Corea del Norte. En todo caso, para Baiden, si gana, le será difícil oponerse, dado el constante apoyo norteamericano a Israel, cualquiera sea el partido gobernante, eso sí, evidenciado más claramente en la administración de Trump.

Entre los objetivos del acuerdo, se contemplan varios convenios bilaterales en inversión, turismo, vuelos directos, seguridad, telecomunicaciones, tecnología, energía, salud, cultura, medio ambiente, y amplia cooperación. Se establecen plenas relaciones diplomáticas y acreditarán Embajadas entre Israel y los Emiratos, para incentivar las relaciones mutuas y de los pueblos. Son propósitos amplios y significativos que han recibido el apoyo de europeos, de Egipto, y del Secretario General de Naciones Unidas, como una esperanza para las estancadas negociaciones sobre el Medio Oriente. Jordania, que mantiene relaciones con Israel, no lo respalda. No hay duda que este acuerdo, de materializarse y permanecer en el tiempo, es un aporte evidente para la paz y cooperación entre enemigos tradicionales, en vez de profundizar las confrontaciones habituales.

Se han expresado varias reacciones adversas, para empezar, de países árabes, y de potencias como China o Rusia, como era de esperar. Implica un cambio estratégico, aunque parcial, para los interesados. Son décadas de enfrentamientos entre Palestina e Israel, que no han mermado, ni tampoco alcanzado una solución perdurable. No son pocos los que preferirían que todo siguiera igual. Les permite desarrollar posiciones coincidentes con las potencias, y sacar ventajas propias. El largo conflicto e innumerables factores en juego, hacen que cualquier intento de una solución integral y satisfactoria para todas las partes, resulta irreal todavía. Ni Israel desaparecerá, como muchos árabes radicalizados desean, ni Palestina puede lograr territorios, reconocimiento internacional y el desarrollo en paz, que merece desde hace tanto tiempo, sin el concurso del propio Israel, y el apoyo de los principales actores involucrados. Sobre todo en la actualidad, donde sus pugnas tienden a aumentar cada vez más. Sólo les une el antiterrorismo islámico.

Resulta consabido que los sucesivos planes de paz, tan laboriosamente intentados, son bruscamente paralizados por cualquier atentado, intifada, o enfrentamiento entre las facciones en disputa. La división entre la Autoridad Palestina y los sectores controlados por musulmanes radicales, como el Hezbollha en Gaza, ya es larga y costosa, donde ninguna de las partes se ha visto verdaderamente beneficiada o victoriosa sobre la otra. Son los jóvenes palestinos los que preferentemente la padecen, y su lucha pareciera no tener fin. Tampoco contribuye a que el Presidente de la Autoridad, Mahmud Abbas, pueda actuar unificado, sólido, y capaz de logros, al actuar debilitado. Han calificado el acuerdo como una “traición”, “una puñalada en la espalda”, una agresión contra el pueblo palestino y las decisiones de las Cumbres árabes, o la santidad de Jerusalén. No intervinieron, han cortado toda relación con Trump, e Israel como enemigo, es su mejor carta de unidad y obtención de apoyo internacional a su causa. Su enojo era predecible.

Algunos países árabes lo saben muy bien, y la legítima causa palestina, termina por servir más a sus propios intereses que al Estado Palestino, continuamente martirizado. Ahí está la prueba de que jamás han triunfado en una guerra con Israel, y menos llegado a la paz. Se puede decir algo similar, respecto a las potencias, que la incorporan entre sus cálculos estratégicos. Otros países indirectamente involucrados, como Turquía o Irán, se han opuesto. Sus coincidencias con Israel o los Emiratos, no existen. La división del mundo árabe, por cierto, se profundiza, dado el frío pragmatismo de los Emires, incluso confrontados con otros árabes, y tal vez cansados de actuar a favor de Palestina, sin resultados. Arabia Saudita será vital, e improbable que lo respalde.

La apuesta de los partícipes, es muy alta, y dependerá si se hace realidad, pese a sus opositores. (Santiago, 16 de agosto 2020)

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