Artículos de Opinión

La muerte de Gaddafi y las incertidumbres árabes.

Las imágenes de Muammar Gaddafi apresado, herido, tambaleante y luego muerto, han sido estremecedoras. Y no porque la crudeza sea rara en las comunicaciones de hoy, sino porque son reveladoras de la fragilidad del poder. De nada sirvieron 42 años de control absoluto de Libia, riquezas, excentricidades, acercamientos y alejamientos de los líderes mundiales. Con […]

Las imágenes de Muammar Gaddafi apresado, herido, tambaleante y luego muerto, han sido estremecedoras. Y no porque la crudeza sea rara en las comunicaciones de hoy, sino porque son reveladoras de la fragilidad del poder. De nada sirvieron 42 años de control absoluto de Libia, riquezas, excentricidades, acercamientos y alejamientos de los líderes mundiales. Con insólitos apoyos explícitos de algunos gobernantes de nuestra región. Condenas internacionales, acusaciones de amparar y financiar el terrorismo, y muchas otras particularidades de un personaje a veces curioso, pero siempre, nefasto. Y sin embargo no es un caso extraño, ni representa algo inusual en el contexto del mundo árabe. Generalizarlo sería un error grave. Estigmatizarlo con estereotipos occidentales, un desconocimiento profundo. Pero al mismo tiempo, no observar la realidad propia de este mundo inmenso, fascinante, pero esencialmente diferente, sería no entenderlo.
La mayoría de los países han vivido un año distinto a los muchos anteriores, prácticamente inmutables. Toda una estructura política y gubernativa se ha desmoronado o está en riesgo cierto de hacerlo. Regímenes casi permanentes, omnímodos, la más de las veces poseedores de riquezas exorbitantes; represivos de todo lo no coincidente; amparados por partidos únicos y maquinarias socio-económicas sólidas; e instituciones políticas y de seguridad, casi siempre protegidas por fuerzas militares a su total servicio; hoy tambalean y de manera definitiva. Así se aprecia desde el resto del mundo, y justamente en estos cambios están depositadas las esperanzas de todos.
Sin embargo, corremos el riesgo de tener una visión parcial y de corto alcance, y muy a nuestra medida. Las similitudes son más aparentes que reales, y mucho más trascendentes las diferencias, inclusive entre los mismos actores, las que será indispensable analizar, para toda aproximación valedera de un fenómeno que tiene raíces y ramificaciones muchísimo más intrincadas y de mayor alcance. Cada movimiento liberador que se extiende y multiplica en cada uno de esos países, aprovecha una coyuntura y una metodología que se ha demostrado eficaz y poderosa. La población, sin distinciones, se ha congregado siguiendo las convocatorias de las llamadas redes sociales, a viva voz, o espontáneamente, para demostrar que la situación imperante no va más. Se reúne en calles y plazas que se transforman en centros emblemáticos de resistencia a toda prueba, donde se apoyan mutuamente sólo amparados por una voluntad muchas veces temeraria, y en ciertos casos, pagando con sus vidas.
No obstante, y a pesar de estas demostraciones de valentía y decisión, no hay unidad de propósitos, ni programas, ni objetivos, ni líderes reales que los representen y conduzcan, organizadamente, a reemplazar al poder existente. Y tal vez lo más importante, el que esta sustitución logre la viabilidad y estabilidad necesarias para garantizar una nueva era. Subsisten las diferencias de origen tribal. Fraccionamientos  muy amplios y de mucha profundidad  entre hermanos en la Fe Islámica, con diferencias irreconciliables y milenarias. Sin olvidar soterradas pugnas y diferendos que claman venganzas y represalias, inclusive entre movimientos extremistas,  y que sólo el poder que existía lograba contener, y que los agrupaba circunstancialmente, ante el enemigo común. Desaparecido éste, pueden renacer.
Sólo algunos grupos minoritarios mejor estructurados aparecen posicionados. Es el caso de movimientos, como los “Hermanos Musulmanes” y sus múltiples ramificaciones, muchos de los cuales ven ahora el momento justo para imponer verdaderos Estados Islámicos teocráticos. O el de agrupaciones políticas más radicales, y hasta sectores genuinamente democráticos, los que tienen una ventaja comparativa sobre la población todavía sin liderazgos precisos. En general, son aquellos que durante largos años han sido, sistemáticamente perseguidos por las autoridades salientes. Con sus representantes encarcelados, o acallados y torturados por los sistemas de seguridad, o que regresan de extensos exilios, sin haber sensibilizado los países de refugio, cuyas autoridades no deseaban problemas con los regímenes vigentes.
Es así como en cada país de la región árabe, entre  quienes podrían estar llamados a gobernar, hay tal multiplicidad de pretendientes y de tan diferentes signos, que resulta casi imposible predecirlos. De ahí que el riesgo de recaer en caudillismos poderosos no es descartable, con todo lo que implicaría repetir regímenes similares a los depuestos. O lo que es más grave todavía, de que antiguos y estrechos colaboradores de los sátrapas eliminados, logren hacerse del poder, y nada cambie en realidad. Una situación que no es meramente especulativa, como es posible observarlo en algunos países.
La solución, al menos desde el punto de vista occidental, pasa por la instauración de un auténtico sistema democrático-representativo, tolerante, con elecciones libres al estilo de las democracias del resto del mundo. Un ideal ciertamente deseable y posiblemente la mejor solución para los movimientos libertarios. Solución que sería perfecta, sólo si se lograran revertir las condicionantes  de un mundo árabe que, a lo largo de toda su historia propia; o con los gobiernos que impusieron las potencias occidentales durante buena parte del Siglo XX; o los regímenes revolucionarios y nacionalistas de los últimos años; nunca y en ningún país, se aplicó. Sólo aparentemente y mediante partidos únicos, proscripciones de toda oposición, y elecciones siempre controladas, en que el régimen de turno jamás obtuvo menos del noventa porciento de apoyo.
Éste es el verdadero desafío y la real incertidumbre del mundo árabe. De los países que ya lograron liberarse de sus autócratas, o de los que están por hacerlo, o de los que todavía pretenden subsistir otorgando concesiones. Y por cierto, será el dilema de las potencias mundiales. Las que hoy aplauden los cambios, intentando se olviden sus intereses estratégicos o energéticos, o los explícitos apoyos a los regímenes pasados. Es de esperar que, dentro de sus particularidades, lo que está ocurriendo entre los árabes, sea genuinamente respaldado, sin injerencias foráneas, respetándose las particularidades y diferencias que le son propias, sin pretender sean idénticas a las nuestras.

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